(Música para escuchar de fondo: Wonderful tonight. Eric Clapton).
Cuando el quinto relámpago iluminó el cielo, él se inclinó sobre sus piernas y las recorrió lentamente con su lengua, saboreando cada milímetro de su cuerpo.
Afuera llovía y cada gota, cada ruido, hacía el momento mucho más romántico y especial.
Como todas las noches, ella se dedicaba a escuchar las palabras de su enamorado: la única voz que se confundía con el caer de las gotas.
-Estás maravillosa esta noche. Radiante. Más que nunca.
Hizo una pausa. Alejó su cuerpo para admirarla en toda su inmensidad como mujer. Y Repitió:
-Maravillosa. Realmente maravillosa.
Movió delicadamente sus manos para acariciar con ternura sus miembros inferiores y empezó a describirla mientras la amaba con cada uno de sus movimientos.
-El cuerpo de una mujer es algo complejo. Especial. Tu cuerpo es... es algo de otra orbe. Tus pies, tan chicos y delicados, como alas de mariposa, frágiles como pétalos de orquídea. Y a pesar de tanta fragilidad, fuertes, como el ruido de ese trueno que acaba de asustarnos, fuertes para sostener tus hermosas piernas de modelo, columnas de mi vida, de tu mundo, de mi mundo.
La lengua llegó hasta la cintura al mismo tiempo que las manos sin pudor alguno, comenzaron a atreverse a rozar la sexualidad de la mujer.
-"Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos" -dijo recitando a Neruda- "te pareces al mundo en tu actitud de entrega. Mi cuerpo de labriego salvaje te socava y hace saltar el hijo del fondo de la tierra."
Ella pidió más con la mirada. Sus manos no se detuvieron y subieron hasta los pechos. Apoyó tiernamente la mano en su corazón.
-Como Cupido, llegué hasta aquí. No para lastimarte, sino para envolver en mis manos tu alma entera. Tu corazón, lleno de secretos, un tambor que jadea pasión. La locura que dentro de él late es capaz de derribar al mayor de los edificios como de tocar una paloma y transformarla en flor.
Ella pareció querer decir algo, pero él se anticipó y la tapó la boca.
-Calla princesa. Calla. No me mires y sólo siente. Sienteme.
La penetró. Suave. Lento. Luego fue incrementando el frenesí ritmicamente.
-Tus brazos. Tan suaves. Tan finos. La prolongación de ese corazón. Los que me abrazan y me hablan. Me acarician y me protegen.
Tomó su mano y llevó uno de los dedos a su boca. Lo besó. Lo chupeteó largamente.
-Tus manos. El sólo roce que me vuelve loco. Capaces de aprisionar como de liberar. De hacerme vibrar. Sos tan increíble. Sos tan hermosa.
Los dedos rozaron levemente el pezón. La delicadeza se transformó en arrebato violento cuando un relámpago iluminó la habitación.
-¿Me sentís, hermosa? ¿Me sentís?
Furia. Ímpetu. Rabia.
Tomó fuertemente sus manos y las llevó atrás de la cabeza. Las sujetó con una mano y con la otra tapó su boca. La violó. La rasguñó. Aunque ella hubiera logrado gritar no hubiera parado. La golpeó con cada una de sus embestidas terribles. Los truenos se hicieron más intensos. El ruido de la lluvia. Los gritos.
-¿Me sentís, puta? ¿Me sentís? Gritá, mierda. Gritá.
Pasó su lengua por detrás de la oreja, y la mordió con bronca. Al instante se dio cuenta del error: la muñeca comenzó a desinflarse lentamente.