PARA LEER LOS CUENTOS, TIENE PREVIAMENTE QUE PONER PLAY EN EL VIDEO. EL CUENTO SE DEBE LEER CON LA MÚSICA DE FONDO. POR ESO SON CUENTOS PARA CANCIONES.

miércoles, 11 de mayo de 2011

La estación como único testigo

Un pozo pintado vio
una paloma sedienta:
tiróse a él tan violenta,
que contra la tabla dio.
Del golpe, al suelo cayó,
y allí muere de contado.
    De su apetito guiado,
por no consultar al juicio,
así vuela al precipicio
el hombre desenfrenado.
                                                                                                                           
FÉLIX MARÍA SAMANIEGO

(Música para escuchar de fondo: El viejo Matías. Víctor Heredia).



1- El mendigo

        Una estampita o un monolito a la miseria. Eso era el anciano sentado en la estación del ferrocarril  Gral. Urquiza. Y silencio. Y soledad, triste soledad.
         Los pies del viejo se apoyaban en un perro de raza desconocida, mezcla quizás de Ovejero Alemán y Pequinés, o alguna otra cruza ridícula. De esta forma, lograba refugiarse en parte del frío viento que azotaba el lugar.
         Una luz también, tenue, de un farol antiguo, iluminando 71 años. Y su ropa: vestía agujeros y una gorra de lana blanca tan sucia que parecía negra. La única prenda en buen estado, que resplandecía ante tanta congoja, era una campera inflable violeta, perteneciente a algún niño sin dudas ya que no le cubría los brazos en su totalidad, por lo que desde la mitad de los antebrazos se asomaban las mangas de una deprimente camiseta manchada de grasa.
         El aspecto general no difería mucho al de su ropa. Gris, flaco, y arrugas grises. El escaso pelo blanco en su cabeza realizaba una magnífica antítesis con la enorme y despareja barba negra que nacía en algún lado oculto en su cara.
         Una estampita o un monolito a la miseria.
         Y silencio. Y ruidoso silencio.
         Cuando el tren arribó al andén, todo pareció perder armonía, excepto el linyera que conservó su mansedumbre pétrea.
         Y sonidos. Y más luz.
         Bajo un halo fantasmagórico, descendieron de un vagón sólo dos pasajeros. Las pisadas llegaron al mendigo como lejanos ecos nocturnos, y la apoteosis final de la noche, cuando se mezclaron los pasos con la retirada de la máquina infernal.
         El anciano no los miró; escuchó detenidamente el acercarse de los cuerpos, tal como era su costumbre. Y cuando los sintió a su lado, su brazo se elevó y la mano, cual un cenicero, clamó por la ansiada limosna. Los pasos fueron esquivos y la mano quedó sin cenizas, sólo el frío tenebroso de la noche se animó a besarla.
         A las tres de la mañana, una estampita o monolito a la miseria. Y silencio. Y soledad, triste soledad. Otra vez. Una vez más.
         El mendigo guardó la mano de la clemencia en un bolsillo y con la otra acarició a su perro.
       
         -La próxima vez habrá más suerte, amigo -le dijo, y su mascota contestó con un movimiento de cola.
         -Sí, ya sé, tienes hambre. Yo también, amigo. Yo también...
       
          El viento en ese instante sopló con más fuerza y la estación se transformó en un caos de papeles que revoloteaban como palomas por doquier. Un pedazo de periódico fue el más valiente y remontó vuelo hasta el balcón del 2º A, en el departamento de enfrente. Fue en ese momento cuando, en la mencionada habitación, hacía su entrada sigilosa Roberto Massara.


       2- La mujer

         Era morocha, medía alrededor de un metro setenta y estaba prácticamente desnuda. Su primer nombre era Alicia, aunque todos la conocían por el segundo: Mónica.
         El cuarto que la cobijaba emitía un fulgor a pecado, a tentación satisfecha. Y calor, mucho calor. Reminiscencia de cuerpos humanos fusionados en éxtasis. ¿Pecado? Ella no se sentía impura, había pensado lo hecho y sabía que lo necesitaba... lo deseaba.
         Su cuerpo precipitó la osadía: una figura perfecta, ojos pardos, mirada pantera. Pero como siempre, el destino se obstina en dar a quien no sabe usar. Los bellísimos rasgos esculpidos por algún dios, estaban hechos para no ser alterados; sin embargo: maquillaje, decoración usada en exceso mediante rouge, sombra, colorete, y miles de cosméticos que la convertían en un payaso, atractivo a pesar del revoque.
         Se paró frente a la cama, escenario vivo minutos atrás, primer, segundo y último acto, la misma obra: pecado... ¿Pecado? La cama trasmuta a un índice rígido, acusador, grita: ¡culpable!
         
         -¿Culpable de qué? -contestó ella en voz alta e interrogó a los testigos invisibles - ¿De ser mujer? ¿De hacer el amor con quien se desea? ¿De guiarse por los sentimientos? 
         
         Luego sobre la cama, el nombre que sus labios acarician en un susurro sensual: "Mariano". Tomó la carta, el  detonante final y volvió a leer:

            Mónica:

                        ¿Para qué caer en prólogos extensos sin sentido? Voy al grano: te amo, estoy totalmente perdido en tus gestos, en tu voz, en tu risa, en cada cosa que desprende tu perfume de mujer.
                        Ahora sí, al prólogo.
                        Toda carta tiene su sentido, las románticas suelen no ocultar nada o simplemente disfrazan su  vergüenza con metáforas de rosas, flor y color. Esta carta trata de emular aquellas de antaño, pero no quiero parecer meloso en demasía, aunque lo sea.
                        Conocernos, quizás sea esta la palabra clave. Y dentro de esta lenta tarea, el reconocimiento certero de que no miento, de que no te voy a joder con sentimientos falsos, y perdoná que use "joder" como expresión, es que a veces mi vocabulario no es muy extenso y trato de volcar toda mi ansia de palabras en frenesí, frenesí sincero, como te estaba diciendo, amor, o... no, tal vez no sea amor, tal vez locura, demencia, delirio, o... impotencia, ver agua tan cristalina que se escurre entre mis manos y no poder hacer nada para que crea, me crea, que soy recipiente, pozo infinito, no merecedor de tan bellas aguas.
                        Reconozco que sobre un papel sueno distinto, puedo pensar, saborear cada palabra y luego reflexionar sobre el condimento a usar, estos detalles gastronómicos tratan de justificar mis palabras vacías en tu presencia o detrás de un teléfono. Pero soy yo, el mismo que te observa en secreto, y no pudo engañar más, a vos y a mí, al alma que es mucho más grave, al amor que en teoría tendría que ser intocable y día a día nos encargamos de ensuciarlo con melodramas estúpidos... ¡otra vez mi falta de respeto! Pido perdón por mi verborrea insolente, y así como estoy, rodillas desnudas contra el piso, manos en rezo, te ruego una oportunidad, o al menos una esperanza.
                        Por lo pronto, sólo espero que me creas: estoy loco por vos.
                                                                                           Mariano

         Y calor, mucho calor.
         Salió al balcón para encontrarse con la realidad del frío, en un fallido intento para aplacar el fuego interno.
         El viento en ese instante sopló con más fuerza y la estación se transformó en un caos de papeles que...


         3- El amante

         Mariano Faltayano antes de bajar del auto miró su reloj: 0:58 A.M. Se paró frente al portero eléctrico y esperó para tocarlo: le encantaba la puntualidad extrema.
         Era este puntual personaje, un típico galán: alto, morocho, ojos celestes, barbita de 2 días. Todo muy estereotipado, incluso su personalidad dual, "siempre feliz" según su familia, y algo que toma hedor por dentro, quizás la realidad.
         En la ficción, un chiste siempre en el momento preciso o "el verso" de unas palabras dulzonas para piropear a cualquier chica, hermosa o deslucida.
         
           -Basta que tengan dos tetas -bromeaba con sus amigos sapiente que la verdad no se disfraza de broma, y el olor a podrido no puede ocultarse siempre.
         
            "Herrera for Men" el perfume en su cara. Un traje gris, una corbata azul y un sujetador de oro, una bufanda gris tonalidad oscura y un tapado gris que le llegaba hasta los zapatos del mismo color. Estaba completamente abrigado y, a pesar de ello, los dientes castañeteaban gracias al frío espantoso y al viento que empeoraba la sensación. Circunscribiendo a la álgida noche, la negra oscuridad, apenas combatida por una tímida luna menguante y una luz de farol a lo lejos.
         
         -Al menos permite ver algo -reflexionó Mariano mientras observaba al mendigo y a su perro.
         
          Miró el reloj: 1:01 A.M.
         
         -Mierda -dijo y tocó el portero.
         
          El combate en la cama se efectuó de manera desigual: brutalidad y desesperación contra pasión y dulzura. Ella y él.
         El empate fue pactado luego de una extenuante batalla. La despedida se alargó en un interminable beso y una promesa quedó latente: un nuevo encuentro, una nueva lucha y el mismo final.
         Mariano Faltayano volvió a detenerse en la entrada del edificio. Encendió un cigarrillo y en su frenética manía miró el reloj: 2:59 A.M. Esperó sesenta segundos y a las 3:00 A.M. en punto subió al auto para perderse en las sombras.


         4- El novio

         El Sierra X-R4 estuvo frente al edificio desde las 23:37 P.M. El color negro del auto hacía juego con el traje oscuro del ocupante y con las ideas del mismo.
         Roberto Massara se acomodó en el asiento y releyó la carta que había encontrada días atrás:
        
         Mónica:

                        Ausencia, fatal destino tu no estar, en cuerpo, en substancia, en calor.
                        Ausencia de sentido, en mi vida, al no verte sonreír, al no atreverme a un roce, sugestivo, sin tacto, sólo en la pasión de la fantasía, fantasía ausente... sin vos.
                        Esta carta, mi mayor atrevimiento; perdón, cobarde me declaro, es que... ¿tengo acaso alguna oportunidad? El cielo está lejos me dijeron de chico, y haberlo visto tan cerca, quizás pecado, es que ahora no me conformo con nada, nadie. Solo, solo estoy en tu ausencia y espero, la oportunidad, el brío, y tus brazos.
                        No sé porqué te nombro "amor imposible", no sé porqué me duele tanto esa etiqueta pegada a mi corazón con la consigna: "frágil". Pero no me importa, espero, no sé qué, no sé nada, sólo espero, mientras las telas de araña se acumulan a mi alrededor en formas asombrosas, corazón, espada, cupido, flor. Y yo espero, el coraje, o el milagro, de que pienses que podes amarme, y ser amada, y espero, espero, otra vez espero la oportunidad.
                        Recuerdo nuestro último encuentro, y tu mirada de Medusa, paralizante, de mi tiempo, de mi raciocinio, sólo el corazón que late, golpea, y grita: Mónica, Mónica, como yo estoy gritando ahora, como yo pienso gritar siempre. ¿Qué me hiciste? ¡Por Dios, ¿qué me hiciste?! Todo es inútil, no puedo olvidar, no puedo dejar de gritarte.
                                                                Mariano

         Estrujó la carta mientras un sabor dulzón se mezclaba con su saliva luego de marcar afluentes en su rostro. Y en el recuerdo, la voz de ella al teléfono: "el jueves, a la una de la noche".  Las voces siguen su curso normal en la evocación: "¿Quién era?", y la respuesta hollywoodense "equivocado". Un torbellino de memoria, lágrima, "te amo", lágrimas, "yo también", más cartas, río dulce y dolor. 
         -No más llanto -se prometió, y mantuvo el juramento impávido ante la llegada del auto de su amigo. El nombre que sus labios atenazan en un susurro mortal: "Mariano".
         Las horas, eternas, siglos; y con ellas, la compañía del gélido auto y de crudas preguntas: ¿Por qué? ¿No había amor? Y tanta pasión ¿fingida? ¿Acaso no la satisfacía en la cama? ¿Y por qué con Mariano? ¿Había otros?
         
          -Ninfómana -pensó mientras su amigo fumaba un cigarrillo en la entrada de aquél averno.
         
          Cuando la noche devoró al traidor, bajó decidido del auto con las llaves que su novia le había confiado. Apresuró la marcha, aún así sus pasos perseguían las huellas de las nostalgias y de las dudas que golpeaban el inconsciente y que ya estaban grabadas en fiebre: ¿Había otros?
         
           -Puta -corrigió al abrir la puerta del 2º A, en el preciso instante en que el papel de un periódico chocaba contra los barrotes del balcón en ese departamento.


         5- El asesinato
                                              
         Cuando Roberto Massara entró en la habitación con su corbata en la mano eran exactamente las 3:08 A.M.
      Sosiego en el ambiente y la cama desordenada. Mónica se encontraba en el balcón; bajo su bata azul Roberto adivinó su silueta, perfecta, pecado, traición, deseo e infidelidad. Se acercó como sombra para acariciarla y sus palabras resonaron con el mutismo estúpido de la locura: Mónica, Mónica ¿Qué me hiciste? ¡Por Dios, ¿qué me hiciste?! Todo es inútil, no puedo olvidar... tan propias las palabras, tan ajenas.
      Ella no había oído nada cuando la caricia mortal la dominó por el cuello, y el ardor que hace instantes la consumía se transfiguró en glaciar. La muñeca rota cayó al piso arrastrando la corbata azul, camaleón entre la bata por miedo a su identificación.
         
          -Puta -vociferó Roberto- ¿Por qué? ¿Mi amor no valía? Mi amor, o... no, tal vez no sea amor, tal vez locura, demencia, delirio, o... impotencia, ver agua tan cristalina que se escurre entre mis manos y no poder hacer nada para que crea, me crea, que soy recipiente, pozo infinito, no merecedor de tan bellas aguas.
         "El Mar Muerto", pensó risueño y ahogó su sonrisa con un espasmo, no de frío, sino de horror. Allí, solo, en la taciturna estación, un mendigo había presenciado el asesinato. En ese preciso instante, supo que debía matar una vez más.


            6- Los dos policías

         Al abrirse las puertas del vagón, Daniel y Mario bajaron a la estación y caminaron con paso cansino.
         Los dos rondaban los treinta años de edad y eran amigos desde el secundario. Llevaban tres años sirviendo en la Comisaría Nº 39 de Villa Urquiza; mas hacía apenas tres meses que trabajaban en horario nocturno.
 
         -Son menos horas que de día -le había dicho Daniel a Mario.
         -Sí, pero hay que aguantarlas. Además, vos contás sólo seis horas que es el turno de la guardia en el banco: de tres a nueve de la mañana. ¿Y el tiempo perdido en el viaje?
         -El tren es rápido.
         -¡Pufff, una luz!
         -Vas a tener todo el día para vos y Claudia.
         -¿Y cuando duermo?
         -Má sí, andá a freír mondongo. El ofrecimiento fue para los dos pero yo puedo ir solo.
         -Está bien, no engranés. Decí que sí.
         -¿Seguro?
         -Que sí, che, no me rompas más los huevos.

        Y ahí estaba Mario, una fría noche, un fiel amigo, el trabajo y el folklore de Urquiza: el "Clarín" en el kiosco de la esquina del Banco Río; el puesto de panchos al terminar la vigilancia; y el mendigo.
         El brazo se elevó y la mano, cual un cenicero, clamó por la ansiada limosna. Los pasos fueron esquivos y la mano quedó sin cenizas. Mario encendió un cigarrillo.

         -El viejo no afloja, ¿eh?
         -Si le diéramos guita cada vez que pasamos, ya estaríamos secos.
         -Bermúdez me habló de él hace unos días, se comenta que fue un gran artista. Pintor, creo que dijo.
         -Lo que es la vida.
         -Y... el destino se obstina en dar a quien no sabe usar.
         -Hey, esa frase la leí en algún lado.
          
Un helado ventarrón que sopló pasadas las 3:00 A.M. empujó en su andar a los representantes de la ley.
          
         -¡Que noche fría, ¿no?! -exclamó Daniel.
          
A lo que Mario replicó con total ignorancia:
          
           -Pero tranquila.


         7- El segundo asesinato

         Primero: un papel en blanco y la firma: Mónica, fácil de conseguir. Luego llenar el vacío:
                  
                  Un cansancio repentino a esta vida miserable.
                                                                                                    Mónica
        
         "Muy poético, como a ella le gusta".
         El resto era previsible: atar la corbata a la viga que sobresalía del techo y tirar una silla a los pies de Mónica. "¿Sería creíble o sólo un chiste de péndulo?".
         También estaba el revólver, para mostrarlo, para hacerla sufrir. Pero prefirió desvirtuar lo planeado en favor de la rapidez. Aprovechar que estaba de espalda, evitar su mirada de Medusa, paralizante, de mi tiempo, de mi raciocinio.
         Pero el maldito mendigo.
         No pensó, extrajo su arma y apuntó al pecho del linyera. La distancia no era mucha, y con suerte... Tres, cuatro, cinco, seis ruidosas balas y dos impactos en la campera violeta. Y rojo.
         El frío que había sentido el anciano era leve comparado a la helada muerte que lo envolvió en segundos. Se desplomó contra el perro que sólo atinó a ladrar y salir corriendo.
         Daniel y Mario que no se encontraban lejos, advertidos por la seguidilla de balazos, llegaron al escenario espectral.

         -Allí -gritó Mario señalando al segundo piso y el estridente ruido de la muerte recorrió otra vez la noche en busca del francotirador. Una hoz nefasta vulneró el hombro izquierdo del desdichado novio y cayó al vacío.

         Los policías corrieron hacia él.


         8- La estación como único testigo

         -¿Por qué? ¿Por qué? -aullaba Mario mientras sacudía el cuerpo inerte de Roberto Massara.
         -Dejalo -clamó Daniel-, lo vas a matar.
         -¿Por qué? ¿Por qué?
         -Dejalo -repitió Daniel.
         -No -fulminó con la mirada Mario a su amigo-, va a hablar, el hijo de puta va a hablar.
          
Roberto Massara no pudo contener una mueca de burla.
        
         -Y encima te reís, basura. Hablá, te digo. ¿Por qué?
         -Dejalo, boludo.
          
El pavimento ya filtraba sangre y la noche se alimentaba con el ruido de la llegada de otro tren. El silencio se había resquebrajado como un espejo y soledad  y tinieblas, una utopía ante tantas luces en ventanas y peatones ahora visibles.

         -¿Por qué? Un  viejo loco, un pobre ciego. ¿Qué te hizo, hijo de puta? ¿Qué mierda te hizo?
          
El moribundo abrió sus ojos de tal forma que pareció desgarrarse la cara. La posición cambió: Roberto Massara sujetó por la ropa al policía y en un esfuerzo sobrehumano balbuceó:
          
         -¿¡Ciego!? -un borbotón de sangre confundió la frase final- ¡eiogo!, maldciitrio eiogo.
          
Esas fueron sus últimas palabras.

martes, 3 de mayo de 2011

La leyenda del sapo y la princesa

“La luna se esconde detrás de un edificio, y ahora la oscuridad es total. A soñar.
Recordame. Yo te recuerdo. Nunca te voy a olvidar.”   (De una carta lejana...)

(Música para escuchar de fondo: Princesa. Belinda).

                                                  Ver fábula de "El León enamorado" (Samaniego) ... Aquí

En un mundo de sueños, hadas, canciones y dragones, existía una princesa. La "única" princesa aunque muchas portaran el título. Princesa por su cara angelical y su risa de luz propia, brillante, radiante. Princesa por sus ojos angelicales y pícaros a la vez.
Pero he aquí que en ese reino poblado de príncipes azules, la princesa no encontraba el suyo. Atenazada por el recuerdo del antiguo príncipe Maquiavelo, que la había dejado herida de ternura, aún no abría su corazón a ningún valiente que intentara conquistarla.
Un día, no hace mucho tiempo, y tampoco importa a los fines del relato, la princesa se encontró con un sapo. No un sapo cualquiera. Un sapo cantor. El anfibio (el bicho si hay niños leyendo la historia) saltó sobre la princesa, rozó su piel y le dijo: ¡CROAK!

Hosada (así se llamaba la princesa) acarició al anfibio (al bicho ese) y sonrió:

-Eres lindo y simpático. Lástima que no puedas hablar.
-Se ve que no viste muchas películas de Disney, ¿no? -le contestó el sapo y le guiñó un ojo.

Hosada no se asustó. Por el contrario, le gustó la situación e investigó aún más.

-¿Eres acaso un príncipe encantado al que tengo que besar?
-Sos re original vos.
-¿Eres o no eres?
-Ser o no ser. Esa es la cuestión.
-Tonto.
-Bonita.
-Contesta animal estúpido.
-Pues bien, si me tratas con tanto cariño, te contestaré princesa. No, no soy un príncipe azul (además... ¿no ves que soy verde?). Soy sólo un sapo, pero que ha estado enamorado de tí, desde que te vi por vez primera.

La princesa sonrió contenta.

-No eres mi primer sapo enamorado -le dijo- Tuve un sapito, más flaquito, que estaba loco por mí.
-Era yo, princesa Hosada.
-¿Tú? Imposible.
-Debes entender, princesa. A veces somos patéticos cuando nos enamoramos. Y mucho más patéticos cuando no somos correspondidos. No comemos por días. O, como en mi caso, nos bajamos 3 kilos de helado por semana.
-¿Los sapos comen helado?
-No viene al caso.
-¿Hay heladerías en este reino?
-Es un cuento, todo se vale. La cosa es que ya no soy ese flacucho que conociste.
-Pero tienes que entender que yo no salgo con sapos.
-¿Quién habló de salir? ¿No podemos sólo besarnos mientras yo salto? ¿No te resultaría divertido?
-Me haces reír.
-¿Algún príncipe acaso lo ha hecho?
-¿Reír? Algunos. Sí. Pero no saltando.
-¿Y alguno te ha tocado como yo?
-No, tu piel verde es distinta. Es cierto.
-Entonces... ¿Por qué no puedo ser tu príncipe?
-Porque eres un sapo. Simplemente por eso.

El sapo no insistió. Entendió que los besos se dan, se reciben, se merecen, pero no se piden. Tampoco el amor. Ese estúpido y utópico sentimiento que lastima. El amor nace sin demasiadas explicaciones. Sin lógica. Sin tiempos. Son sensaciones que vienen y van. Es música. Sí, el amor es música. Canciones. Y este era un reino de clave de sol, de bemoles y sostenidos, corcheas, fusas (y confusas), y por suerte, negras y blancas, ningún gris.

Y entonces el sapó peló la guitarra, se puso un sombrero Indiana Jones y cantó:

"¿Hace falta que te diga, que me muero por tener algo contigo? ¿Es que no te has dado cuenta de lo mucho que me cuesta ser tu amigo?

Entonces las mariposas volaron, el sol y la luna se unieron para escuchar, los pájaron hicieron coro, y el sapo siguió cantando:

"Sobre tu piel, puse mi caricia mejor, puse mi ilusión también"

Tres... No, cuatro arcorirs se asomaron en el horizonte.

"When a men loves a woman, down deep in his soul, she can bring him such misery if she plays him for a fool"

¿Qué? - preguntó la princesa ya romántica

-Subtítulos, por favor -reclamó el sapo políglota.

"Cuando un hombre (léase sapo) ama a una mujer hasta el fondo de su alma, ella puede traerle tal miseria si lo trata como un tonto".

-Ayyyyy -gritaron como locas las alondras mientras corozancitos rosas flotaban en el ambiente multicolor.

"Love of my life, you´ve hurt me, you´ve broken my hear and now you leave me, love of my live can´t you see, bring it back bring it back, don´t take it away form me, because you don´t know, waht it means to me"


-Algo en castellano, por favor -clamó la princesa al borde del llando, ya vencida de emoción.

"Dime que no, me tendrás pensando todo el día en tí, planeando una estrategia para un sí"

-Sííííí -gritó la princesa Hosada.
-¿Sí? -repitió el sapo para asegurarse.
-Sí -contestaron todos todos todos los animalitos del bosque mágico.

Y la princesa besó al sapo. Ni el sapo se transformó en príncipe ni la princesa en sapo. O sapa. O como se diga. Sólo se besaron y entendieron que iban a vivir como dicen lo cuentos cuando finalizan: felices para siempre. Algo así era.

O sea (moraleja):

Los finales felices existen....

                          ...Sólo en los mundos de sueños, hadas, canciones y dragones.

(Aunque hay algunos que aún conservan cierta magia, y se pueden transportar a ese mundo. ¿Vos tenés un pasaje para mí?... Los sueños, sueños son. Los sapos, sapos son. ¿O no te das cuenta que son verdes?).