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sábado, 31 de octubre de 2015

Desearía que lloviese



(Música para escuchar de fondo: Phil Collins - I Wish it would rain down)



Desearía que lloviese. Que la ventana se empañe. Que se hicieran venas de agua en el vidrio, serpientes liquidas que me mantuvieran encerrado y me cuidaran de la intemperie. Y de la gente.
Desearía que lloviese para enconder mi lluvia interna entre tantas gotas. Desearía que lloviese porque sí y porque necesito sentir ese ruido rítmico como compañia. Mientras vos no estás. ¿No te das cuenta que no es lluvia? Que es música. Que es caricia.
Y así, me acercaría a la ventana y la empañaría en sudor. Un hálito de ensueños la envolvería. Y haría formas con mis dedos, algunas graciosas, y corazones, y letras, que formarían casualmente tu nombre, desconocido.Y borraría todo con la mano mientras un rayo me refleja en el vidrio, entre mi tanta agua y ante tanto delirio.
"Apagá la luz y acercate", te diría. Para que sientas el frío en tu palma, y mi calor contigo. Y así, en silencio, te explicaría porque tanto te necesito. Porque me explota el alma de besos contenidos. Porque con tan sólo  rozarme, harías que mis lágrimas sonrían, y que hicieran formas graciosas, otra vez, ahora en las muecas de mis ojos achinados, y en mi sonrisa finalmente apaciguada. Con tan sólo rozarme, desfallecer en tus mimos.
Este miedo que paraliza de tenerte, y no tenerte, de buscarte en la quietud, de soñarte y mentirme, fallecer, renacer, partir, partirme, perderte sin encontrarte nunca, jamás.
Desearía que lloviese para que las gotas me cantaran al oído, me negaran el frío, inmenso, bestial, de tu no estar. Desearía que lloviese y contempláramos juntos ese ruido, disueltos en ese río de cascabeles que no se cansan de picar y de espiar.
Sencillamente no entiendo por qué no estás. Si te cuidé. Te abracé. Te adoré y te soñé. Te inventé cuando apenas era un niño, te cambié de formas y de colores a medida que crecía, pero jamás negocié tu alma ni la mía. Si sólo asi se podrán estremecer nuestros sentidos. Tocame el pecho, date cuenta que estalla, date cuenta, date cuenta... que te necesito.
Y cuando tiembles a mi lado por la lluvia, por el viento, por los truenos y tantos ríos, en mis brazos te darás cuenta finalmente que no llueve. Sí. Ya no llueve. Aquí, al lado mío, tengo todo el sol que necesito.

Fabio Barone



miércoles, 30 de octubre de 2013

La felicidad, esa alucinación


     (Música para escuchar de fondo: Felicidad- César Banana Pueyrredón)


La felicidad, esa alucinación que dura momentos y que uno se maquina por hacerla eterna. Esa suma de instantes fugaces, esas luciérnagas atrapadas en un frasco que se van apagando poco a poco, a medida que el aire se acaba.

Fui feliz, puta que fui feliz. Hice lo imposible ante lo prohibido. Jugué fútbol. Metí goles de chilenas y de cabeza. Eludí a un sinfínde jugadores y marqué golazos. Fui un 10 morfón, y un 9 que siempre aparecía en el momento preciso. Y también un burrazo de aquellos. Me reí, me abracé a mis amigos al terminar un partido y me arrastraban cansado hasta la puerta del parque para seguir contando anécdotas y reviviendo los encuentros, ya en el pasado y aún así, tan presentes. Felicidad sobre la felicidad pasada. Los recuerdos. Y las risas. Puta que fui feliz.

Fui triste. No estuve triste, sino que fui. Pasé agonías físicas y mentales. Sufrí sin entender porque. Golpeé, caí, me levanté, me quebré, me levanté, me clavaron con hierros y pusieron más peso en mi espalda y mis piernas. Esquivé miradas acusatorias, risas y burlas escondidas. Puta que fui triste.

Fui feliz, puta que fui feliz con mi piojita durmiendo sobre mi pecho, nadando con ella en una Pelopincho y llevándola aferradita a mi en la bicicleta. Ella me abrazaba como si nunca me quisiera soltar -tan distinto a como ya dejan de abrazar cuando crecen- y se aferraba a ese hombre que la llevaba por adoquines de Barracas como si fueran caminos de caramelos y paisajes de Alicia en el país de las Maravillas. Con sus“papá” y sus abrazos a mi llegada y pasitos de enanita sorprendiéndote en cada minuto. Puta que fui feliz.

Fui triste. Claro que fui triste cuando un proyecto se derrumba. Cuando no se descubre el amor y no se edifica una familia. Cuando un hogar se transforma en una casa vacía bañada en sombras de fantasmas propios. Y una cama gigante se transforma en un colchón sin espacios para el ego y uno mismo.

Y fui feliz, claro que lo fui. Besando y siendo querido. Intentando amar y ser amado. Abrazando. Compartiendo. Cantando y escribiendo. Sonriendo y sobre todo, riendo. Corriendo y saltando a una pileta. En una montaña rusa verde o roja, o en un ascensor con caída mortal. En un fogón mirando la luna, y a la orilla de un río, escuchando música solo. En una montaña, sintiéndome contenido o lanzándome al vacío en un parapente para saber lo que es volar.  Y volé en varios ojos, me embobé con amores imposibles, dejé huir realidades tangibles, me equivoqué, acerté, y me reí. Puta que fui feliz.

Fui triste, cuando no me quisieron, cuando se alejaron o me mintieron. Cuando fabriqué realidades ficticias y deposité mis anhelos en terceros. Fui estúpido y un idiota, un falso poeta y Narciso pomposo. Superficial. El mismo tipo que nunca aprende de sus errores y sueña a veces con películas románticas. El que cree que un verso puede ejecutar milagros y un beso ser la apoteosis final de todo lo majestuoso. Que nada tiene un final y los cariños son eternos. Fui triste cuando dejé de jugar con muñequitos y disfrazarme de superhéroe y darme cuenta que ahí, la realidad, golpeaba y avisaba que no... no existían los héroes de máscaras y rayos cósmicos, y que los pocos héroes que existían, eran aquellos que tenían un valor inalcanzable porque dejaban el todo por el otro, y también los que ni tenían prensa y vivían entre nosotros, escondidos en su día a día, haciendo sus pequeños milagros.

Fue feliz y triste cuando no disfrutaba lo que tenia y anhelaba lo ajeno. Fui emocional y un demente. Un amante enloquecido y un tierno algo afeminado.

Fui feliz cuando tuve muchos amigos, y triste cuando tuve pocos. Cuando los tuve reunidos entre chistes y nostalgias, entre ahoras y siempres. Fui feliz cuando pensé que eran perpetuos, y fui triste cuando vi que las distancias nos alejaban.

Fui feliz estudiando, viendo a esa mujer que me ponía nervioso riéndose y mirándome. Fui triste cuando ya no la vi y por soñarla. Fui trágico y pesimista, la mitad del vaso vacío. Fui músico, compositor y sobretodo, escritor. Pinté colores nuevos con mis letras y me pensé Mozart, aún llorando como Salieri. Fui Beethoven antes los consejos, y fui sobre todo mental, con cerramientos de titanio ante lo emotivo.

Lastimé y fui lastimado. Gané algunos torneos de padel, y fui feliz y fui triste. Me comparé con otros, fui intolerable conmigo mismo y exigente al máximo, no me permití los errores y por ello me seguí equivocando. Gané, perdí. Fui menospreciado. Fui sentenciado. Por mi mismo. Y por los demás. Me lo permití. Y se los permití.

Hoy tengo un hueco extraño en el pecho que no me deja pensar claramente y una angustia que no puedo manejar. Sé que esto será un “fui triste” y que luego será un “fui feliz”. Y un triste feliz sin fin.

Hoy soy esto. No pude ser Phil Collins, no pude ser Federer, no pude ser Maradona ni Pelé. No pude ser Cortázar ni siquiera un Brad Pitt.  Quizás alguna vez te hice reír, o llorar, o te di bronca, o te enojé. Quizás nos abrazamos e incluso nos quisimos. Tal vez nos besamos o hicimos el amor. Quizás no somos nada, y quizás a vos ni te conozco, y algún día te pueda conocer. Y seas ella.

No sé. Soy triste. Soy feliz. No soy la gran cosa que me creí pero soy papá. Aunque la tenga muy lejos dentro de poco, la tengo muy cerca todos los días.

Soy esto, ni ejemplo, ni una mierda de persona. Alguien que piensa demasiado y que no aprendió lo necesario sobre el amor. Egoísta, terco,autoritario, y egocéntrico. Tierno, romántico, estúpido y mortalmente terrenal.

Soy esto. Feliz. Triste. Y seguiré persiguiendo, en bicicleta, esa felicidad, esa alucinación que me espera a la vuelta de la esquina, en esos caminos de caramelos de Alicia en el País de las Maravillas. Esa bicicleta que lleva una vieja máquina de escribir como manubrio y donde seguiré escribiendo instantes fugaces, esas luciérnagas atrapadas en un frasco que se van apagando poco a poco, a medida que el aire se acaba.

viernes, 5 de octubre de 2012

La música. La lluvia. El sudor de la luna



                                               (Música para escuchar de fondo: In my dreams- Reo Speedwagon)




Llueve. Amanece en esta noche. El sudor de la luna confunde sensaciones, entonces abrazo la almohada para soñar, porque “en mis sueños, tú me amas”. Pero el rocío nocturno taladra la habitación y no me deja abstraerme de la realidad.
La vida es un chiste... sólo que no le veo la gracia.
La melancolía se encarga de unir imágenes de mi cuerpo con tu adentro, aún sin tocarte.  La música se ocupa de amplificar la nostalgia. La música. La lluvia. El sudor de la luna.



Cierro los ojos porque sé que cuando los abra, estarás allí.

Pero la mente se aferra a la realidad... “si tan sólo pudiera quedarme dormido”.

Desfilan todas las desilusiones: los amigos perdidos, los amigos ausentes, los perros abandonados dignos de atención y los pobres vagabundos invisibles... a los mismos ojos. Tanta hambre y menos salud. La agresión, siempre a flor de piel, los bocinazos, la política, los opinólogos a la distancia, los pocos Mozart y la acumulación de Salieris, las frustraciones, los amores perdidos, las turritas de turno, los hijos de puta, los asesinos, los calores inaccesibles y ya fríos. Las risas, muecas distantes e inaudibles. El verde del campo, su olor, el aire, el cielo celeste y ausente. El sabor dulce del juego por el juego mismo, sin la búsqueda de la victoria como una necesidad de demostrar lo que nadie quiere ver. Ni le interesa. Tanto duelo en proceso sin curar. Y también el tiempo que no tenemos, por las mismas excusas de siempre. Y las vidas que se arman como satélites en atmósferas imposibles, los cuentos de otros, a veces fábulas.


Cierro los ojos porque sé que cuando los abra, estarás allí. Aunque ahora tengo miedo de abrirlos, porque ya nada es seguro. Entonces tiemblo porque tengo frío en este calor. Y aunque tirite, me fuerzo por soñar, por soñarte, con los ojos bien cerrados.
Y percibo, en plena oscuridad, tanta luz que te quemaría. Veo los “te amo” callados, los amores cobardes, gallardos. Los puños cerrados, caricias. Tus ojos fijos en mí, otra vez. Mi cuerpo con tu adentro. Los amigos, encontrados. La monotonía en armonía. La música. La lluvia. El sudor de la luna... pero entra tanta, tanta luz, que te quemaría. Un abrazo eterno. Un llanto olvidado que finalmente surge con la fuerza de un trueno místico. Un beso increíble. Un gesto inesperado. Un acto altruista.

La música termina.
La lluvia no cesa.
Cierro los ojos porque sé que cuando los abra, estarás allí
Finalmente, los abro.
Y veo.
 

domingo, 2 de octubre de 2011

Algo más que palabras vacías




(Música para escuchar de fondo: More than Words - Extreme)

Álvarez se sienta siempre en la misma mesa. El requisito es simple: que haya sol. No importa si hace un frío glaciar, o si el calor derrite el termómetro; él necesita sentir las caricias del astro sobre su viejo rostro.
Álvarez tiene 82 años, la piel excesivamente arrugada por el sol, apenas si tiene pelo y el poco que le queda es blanco o de un rubio muy tenue.
Se pide siempre lo mismo, un cortado con tres medialunas, y deja transcurrir toda la tarde en el bar, en la esquina, al aire libre, viendo el mundo tan cerca, y tan lejos a la vez.
Cada vez que salgo de la facu, me siento a charlar con él. Lo conocí hace 3 años, cuando había terminado el CBC y comenzaba mi promisoria carrera de abogado. Recuerdo que pensé que la mesa estaba vacía. Me senté, puse los libros para empezar a leer algo del Código Civil y me preguntó: “¿Estudiando para defender la ley o la justicia?. No puedo recordar qué le contesté, me disculpé pero no me dejó levantar, me invitó a quedarme y así el tema se hizo costumbre.
Hoy no es distinto. Me acerco a la mesa y me mira con sus tristes ojos verdes, sonríe siempre con esa sonrisa falsa que sólo saca para no hacerte sentir incómodo o un extraño en su mundo.

-¿Cómo te fue en el examen? –me pregunta.
-Más o menos, era difícil.
-Bah, siempre decís lo mismo, llorás y luego venís con un 9. Ya aburrís, Nacho, deberías cambiar la cantinela.
-No, en serio, me fue maso.
-Sí, sí.... Seguro.

Vuelve a fingir una sonrisa y saca sus remedios. Toma una pastillita rosa, una roja y luego una negra que es el doble de las anteriores. Se da cuenta que lo observo atento.

-Son para el corazón, ya sabés que lo tengo medio medio. ¿Y vos, Nacho? Cómo anda tu cuore con esa compañerita que te tiene medio loquito?
-Igual que siempre. Sus ojos... No, sus ojos no. Su mirada me pone nervioso, ella me pone nervioso.
-¿Aún no le hablaste?
-Sï, pero poco, lo necesario. ¿Y vos Álvarez? Nunca hablamos de vos. ¿Estuviste casado?
-Sí, hace mucho, mucho tiempo. –entrecierra los ojos como si se esforzara en recordar.
-Contame.
-No hay mucho que contar. Me separé. No funcionó. Uno de esos errores de juventud. Después conocí a alguien, también en la facultad.
-¿Y?
-Y nada. Bah, en realidad sí. Hubo algo. Algunos destellos fugaces que me regaló, alguna caricia perdida, algunos momentos de magia y de paz. Después se fue.
-¿Se fue? ¿Dónde?
-La dejé ir. Siempre pensé que me iba a lastimar, que lo que para ella era un juego, para mí era vida. Y el tiempo pasó, se casó, supongo que fue feliz, o es, ya no sé mucho de ella.
-¿Te pasaba lo mismo que a mí?
-Sí, también tuve ese efecto de tiempo detenido cuando me miraba. Es raro, ¿no? Deberíamos enfrentarlo de alguna manera, aunque esa sensación por sí sola vale la pena. El miedo, el temblor.
-¿Y qué harías si podrías volver el tiempo atrás?

Me dibuja una sonrisa. No logro descifrar si es real o ficticia.

-Tenés que buscar las palabras justas, y no tener miedo de ir más allá. Yo me quedé inmóvil, porque ella un día me buscó. Se armó del valor que a mí me faltaba y vino buscando quizás esa contención que nunca pudo encontrar en otros brazos.
-¿Las palabras justas?
-Sí, a veces limitamos nuestro amor a acciones mediocres o pobres, cuando podemos ir más allá. Nos reclaman lo extraordinario y nos quedamos en respuestas vacías.
-No te entiendo, Álvarez.
-Pues verás, ella vino decidida, golpeó mi puerta y me agarró con las defensas bajas. Me preguntó si pensaba que ella era linda. Y le dije que no. Me preguntó si la tenía dentro de mi corazón, como tanto pregonaba en mis poesías. No es así, negué seguro. Sin entender, me gritó golpeando el pecho si la quería al menos. Me quedé en silencio, sin saber cómo responderle. Lloró, me gritó no sé cuantas cosas raras y sin sentido, y se fue corriendo. Intenté seguirla, pero no pude moverme. Así, como no había podido hablar, tampoco pude correr.
-Sigo sin entenderte, Álvarez.
-Pues claro Nacho, te estoy explicando y detallando mis errores para que vos no los cometas con esta chica que te tiene loco.
-¿Y qué debería hacer?
-Decir las palabras justas, y no limitarte a contestar.
-Otra vez con eso... ¿Las palabras justas?
-Claro, yo me quedé sin habla. Y no pude contestarle con la verdad. Cuando me preguntó si era linda, la respuesta era: “No, no sos linda. Sos hermosa”. Cuando me dijo si la tenía dentro de su corazón, la respuesta era “Imposible, vos sos mi corazón”. Y cuando me preguntó si la quería, le quise gritar “quererte es poco, te amo, siempre te amé antes de conocerte, y  siempre voy a estar enamorado de vos”.  A veces, mi querido Nacho, por querer encontrar las palabras justas, nos quedamos sin hacer lo básico y primordial. Tal vez ... Tal vez...
-¿Tal vez, qué?
-Tal vez debería haber callado, y sólo demostrarle lo que sentía. Quizás en silencio, debí darle un simple y delicado beso. Y dejarle algo más que palabras vacías.

domingo, 17 de julio de 2011

Sigue resistiendo (autobiográfico)




Duele. No aflojes. Sigue resistiendo. Miles de imágenes bailan, brillan e interrumpen mi concentración en pleno partido. Me proyecto ganador. Pero la batalla es abrumadora.
Al lado, mi compañero de padel se reprocha una pelota perdida, un error no forzado, mientras yo atenazo entre mis manos el cuádricep quejoso.
Duele, no aflojes. Un salto más, una corrida interminable, entre rengueo y sudor.
Un smash potente sacude mi modorra mental. La paleta tirita en mi mano.
Fuerte. Sujetala fuerte, carajo. Pero mi mano tiembla.
Otro saque, una pelota corta. Y mi alma al pavimento para pegarle. Dejo piel, sangre en el piso y llego a conectar una diagonal formidable. Un grito de hambre y furia sacude los alambrados. Me miro la palma de la mano y tres hilos finos de sangre la recorren. Quirología turbia.
Intento silenciar las voces que me lastiman diciendo: “no podrá hacer deportes” y de repente se cruza un “no dejes que me enamore de ti”, esos ojos dulces, preciosos...
Me confundo, y pierdo otra pelota. No te distraigas. Aférrate al triunfo. Sólo ese importa.
“Es gracioso como se mueve”, “es gracioso como te mueves”. 
Me escondo entonces a las miradas y pego rabioso una volea torpe. "Así no", me exijo. Me obligo a la perfección. "Nadie se acuerda de los segundos", castigo a mi cerebro. "No importa si no llegas a la cima, disfruta el viaje” dice entonces una voz. “Es tuya” me grita mi compañero mientras me obligo a una carrera imposible para devolver la pelota. No llego. Era mía. Era mía. Pero la perdí.
Entonces tiemblo de nuevo por dentro, mientras me muestro entero. Ellos son mejores. “No lo demuestres”. Me duele. Sigue resistiendo.  Qué cobarde, tengo miedo. “Por lo contrario, no tener miedo es ser inconsciente.  Tener miedo y enfrentarlo, es valentía.”. Otra vez la voz que se pierde, como la pelota, como ella.
Todo mal, nada bien, que es lo mismo. Un animal, iracundo, acorralado. Le vuelvo a errar. A la pelota. A las decisiones. No te rindas. No dejes que se acerque, ni que se aleje. ¿?
¿Qué? ¿Qué digo?
Duele. Duele el músculo. Duelen los pensamientos. Nunca terminan de nacer.  Me arrodillo en pleno partido, pero no termino de caer. Y miro al cielo amenazante. Y grito: “Golpea fuerte Dios con tu martillo, sólo que no hay barro que moldear, sino roca y granito y prótesis de titanio”. Golpeo el pecho. "Y si tú no estás, seguramente el tridente del maldito intentará pinchar mis entrañas, y lastimarme aún más que tu ausencia... tú de nuevo en mi cabeza, tú... vos..." ¿Para que me tocas y acaricias y me dejas borracho con tu olor a pétalo? Y me regalas encima tus ojos miel y tu cuerpo y sudor. ¿Para qué? ¿No te das cuenta que no hay nada que me quite el embrujo o estás acostumbrada a esas almas que vagan y se divierten con sentimientos vacíos?  ¿No te das cuenta que duele y me cierra y además no me permite creer en otras flores y colores?

Fabulosa.
Enamorada, no de mí.
Radiante.

Tuviste mi cuerpo. Mis caricias que a nadie di porque están enterradas y no saben renacer. Mi dulzura perdida en tanto grito y dolor. Me vacié. Y te dejé. Y te perdí.
“Hay una luz en algún lugar”. Si hay oscuridad, hay luz entonces.
Un smash. La pelota fogonea en su velocidad. Imposible tomarla. Quema. “Es tuya” grita mi compañero. “No, no llego. La perdí”, sollozo. Y bajo la cabeza. Y me río. Una mueca de rebeldía.
Duele. No aflojes. No te rindas.
El partido terminó. El resultado, una anécdota. Una derrota. Otra más.
Me río. Levanto la cabeza, miro a mis rivales y les grito:

"¿Jugamos la revancha?"


miércoles, 11 de mayo de 2011

La estación como único testigo

Un pozo pintado vio
una paloma sedienta:
tiróse a él tan violenta,
que contra la tabla dio.
Del golpe, al suelo cayó,
y allí muere de contado.
    De su apetito guiado,
por no consultar al juicio,
así vuela al precipicio
el hombre desenfrenado.
                                                                                                                           
FÉLIX MARÍA SAMANIEGO

(Música para escuchar de fondo: El viejo Matías. Víctor Heredia).



1- El mendigo

        Una estampita o un monolito a la miseria. Eso era el anciano sentado en la estación del ferrocarril  Gral. Urquiza. Y silencio. Y soledad, triste soledad.
         Los pies del viejo se apoyaban en un perro de raza desconocida, mezcla quizás de Ovejero Alemán y Pequinés, o alguna otra cruza ridícula. De esta forma, lograba refugiarse en parte del frío viento que azotaba el lugar.
         Una luz también, tenue, de un farol antiguo, iluminando 71 años. Y su ropa: vestía agujeros y una gorra de lana blanca tan sucia que parecía negra. La única prenda en buen estado, que resplandecía ante tanta congoja, era una campera inflable violeta, perteneciente a algún niño sin dudas ya que no le cubría los brazos en su totalidad, por lo que desde la mitad de los antebrazos se asomaban las mangas de una deprimente camiseta manchada de grasa.
         El aspecto general no difería mucho al de su ropa. Gris, flaco, y arrugas grises. El escaso pelo blanco en su cabeza realizaba una magnífica antítesis con la enorme y despareja barba negra que nacía en algún lado oculto en su cara.
         Una estampita o un monolito a la miseria.
         Y silencio. Y ruidoso silencio.
         Cuando el tren arribó al andén, todo pareció perder armonía, excepto el linyera que conservó su mansedumbre pétrea.
         Y sonidos. Y más luz.
         Bajo un halo fantasmagórico, descendieron de un vagón sólo dos pasajeros. Las pisadas llegaron al mendigo como lejanos ecos nocturnos, y la apoteosis final de la noche, cuando se mezclaron los pasos con la retirada de la máquina infernal.
         El anciano no los miró; escuchó detenidamente el acercarse de los cuerpos, tal como era su costumbre. Y cuando los sintió a su lado, su brazo se elevó y la mano, cual un cenicero, clamó por la ansiada limosna. Los pasos fueron esquivos y la mano quedó sin cenizas, sólo el frío tenebroso de la noche se animó a besarla.
         A las tres de la mañana, una estampita o monolito a la miseria. Y silencio. Y soledad, triste soledad. Otra vez. Una vez más.
         El mendigo guardó la mano de la clemencia en un bolsillo y con la otra acarició a su perro.
       
         -La próxima vez habrá más suerte, amigo -le dijo, y su mascota contestó con un movimiento de cola.
         -Sí, ya sé, tienes hambre. Yo también, amigo. Yo también...
       
          El viento en ese instante sopló con más fuerza y la estación se transformó en un caos de papeles que revoloteaban como palomas por doquier. Un pedazo de periódico fue el más valiente y remontó vuelo hasta el balcón del 2º A, en el departamento de enfrente. Fue en ese momento cuando, en la mencionada habitación, hacía su entrada sigilosa Roberto Massara.


       2- La mujer

         Era morocha, medía alrededor de un metro setenta y estaba prácticamente desnuda. Su primer nombre era Alicia, aunque todos la conocían por el segundo: Mónica.
         El cuarto que la cobijaba emitía un fulgor a pecado, a tentación satisfecha. Y calor, mucho calor. Reminiscencia de cuerpos humanos fusionados en éxtasis. ¿Pecado? Ella no se sentía impura, había pensado lo hecho y sabía que lo necesitaba... lo deseaba.
         Su cuerpo precipitó la osadía: una figura perfecta, ojos pardos, mirada pantera. Pero como siempre, el destino se obstina en dar a quien no sabe usar. Los bellísimos rasgos esculpidos por algún dios, estaban hechos para no ser alterados; sin embargo: maquillaje, decoración usada en exceso mediante rouge, sombra, colorete, y miles de cosméticos que la convertían en un payaso, atractivo a pesar del revoque.
         Se paró frente a la cama, escenario vivo minutos atrás, primer, segundo y último acto, la misma obra: pecado... ¿Pecado? La cama trasmuta a un índice rígido, acusador, grita: ¡culpable!
         
         -¿Culpable de qué? -contestó ella en voz alta e interrogó a los testigos invisibles - ¿De ser mujer? ¿De hacer el amor con quien se desea? ¿De guiarse por los sentimientos? 
         
         Luego sobre la cama, el nombre que sus labios acarician en un susurro sensual: "Mariano". Tomó la carta, el  detonante final y volvió a leer:

            Mónica:

                        ¿Para qué caer en prólogos extensos sin sentido? Voy al grano: te amo, estoy totalmente perdido en tus gestos, en tu voz, en tu risa, en cada cosa que desprende tu perfume de mujer.
                        Ahora sí, al prólogo.
                        Toda carta tiene su sentido, las románticas suelen no ocultar nada o simplemente disfrazan su  vergüenza con metáforas de rosas, flor y color. Esta carta trata de emular aquellas de antaño, pero no quiero parecer meloso en demasía, aunque lo sea.
                        Conocernos, quizás sea esta la palabra clave. Y dentro de esta lenta tarea, el reconocimiento certero de que no miento, de que no te voy a joder con sentimientos falsos, y perdoná que use "joder" como expresión, es que a veces mi vocabulario no es muy extenso y trato de volcar toda mi ansia de palabras en frenesí, frenesí sincero, como te estaba diciendo, amor, o... no, tal vez no sea amor, tal vez locura, demencia, delirio, o... impotencia, ver agua tan cristalina que se escurre entre mis manos y no poder hacer nada para que crea, me crea, que soy recipiente, pozo infinito, no merecedor de tan bellas aguas.
                        Reconozco que sobre un papel sueno distinto, puedo pensar, saborear cada palabra y luego reflexionar sobre el condimento a usar, estos detalles gastronómicos tratan de justificar mis palabras vacías en tu presencia o detrás de un teléfono. Pero soy yo, el mismo que te observa en secreto, y no pudo engañar más, a vos y a mí, al alma que es mucho más grave, al amor que en teoría tendría que ser intocable y día a día nos encargamos de ensuciarlo con melodramas estúpidos... ¡otra vez mi falta de respeto! Pido perdón por mi verborrea insolente, y así como estoy, rodillas desnudas contra el piso, manos en rezo, te ruego una oportunidad, o al menos una esperanza.
                        Por lo pronto, sólo espero que me creas: estoy loco por vos.
                                                                                           Mariano

         Y calor, mucho calor.
         Salió al balcón para encontrarse con la realidad del frío, en un fallido intento para aplacar el fuego interno.
         El viento en ese instante sopló con más fuerza y la estación se transformó en un caos de papeles que...


         3- El amante

         Mariano Faltayano antes de bajar del auto miró su reloj: 0:58 A.M. Se paró frente al portero eléctrico y esperó para tocarlo: le encantaba la puntualidad extrema.
         Era este puntual personaje, un típico galán: alto, morocho, ojos celestes, barbita de 2 días. Todo muy estereotipado, incluso su personalidad dual, "siempre feliz" según su familia, y algo que toma hedor por dentro, quizás la realidad.
         En la ficción, un chiste siempre en el momento preciso o "el verso" de unas palabras dulzonas para piropear a cualquier chica, hermosa o deslucida.
         
           -Basta que tengan dos tetas -bromeaba con sus amigos sapiente que la verdad no se disfraza de broma, y el olor a podrido no puede ocultarse siempre.
         
            "Herrera for Men" el perfume en su cara. Un traje gris, una corbata azul y un sujetador de oro, una bufanda gris tonalidad oscura y un tapado gris que le llegaba hasta los zapatos del mismo color. Estaba completamente abrigado y, a pesar de ello, los dientes castañeteaban gracias al frío espantoso y al viento que empeoraba la sensación. Circunscribiendo a la álgida noche, la negra oscuridad, apenas combatida por una tímida luna menguante y una luz de farol a lo lejos.
         
         -Al menos permite ver algo -reflexionó Mariano mientras observaba al mendigo y a su perro.
         
          Miró el reloj: 1:01 A.M.
         
         -Mierda -dijo y tocó el portero.
         
          El combate en la cama se efectuó de manera desigual: brutalidad y desesperación contra pasión y dulzura. Ella y él.
         El empate fue pactado luego de una extenuante batalla. La despedida se alargó en un interminable beso y una promesa quedó latente: un nuevo encuentro, una nueva lucha y el mismo final.
         Mariano Faltayano volvió a detenerse en la entrada del edificio. Encendió un cigarrillo y en su frenética manía miró el reloj: 2:59 A.M. Esperó sesenta segundos y a las 3:00 A.M. en punto subió al auto para perderse en las sombras.


         4- El novio

         El Sierra X-R4 estuvo frente al edificio desde las 23:37 P.M. El color negro del auto hacía juego con el traje oscuro del ocupante y con las ideas del mismo.
         Roberto Massara se acomodó en el asiento y releyó la carta que había encontrada días atrás:
        
         Mónica:

                        Ausencia, fatal destino tu no estar, en cuerpo, en substancia, en calor.
                        Ausencia de sentido, en mi vida, al no verte sonreír, al no atreverme a un roce, sugestivo, sin tacto, sólo en la pasión de la fantasía, fantasía ausente... sin vos.
                        Esta carta, mi mayor atrevimiento; perdón, cobarde me declaro, es que... ¿tengo acaso alguna oportunidad? El cielo está lejos me dijeron de chico, y haberlo visto tan cerca, quizás pecado, es que ahora no me conformo con nada, nadie. Solo, solo estoy en tu ausencia y espero, la oportunidad, el brío, y tus brazos.
                        No sé porqué te nombro "amor imposible", no sé porqué me duele tanto esa etiqueta pegada a mi corazón con la consigna: "frágil". Pero no me importa, espero, no sé qué, no sé nada, sólo espero, mientras las telas de araña se acumulan a mi alrededor en formas asombrosas, corazón, espada, cupido, flor. Y yo espero, el coraje, o el milagro, de que pienses que podes amarme, y ser amada, y espero, espero, otra vez espero la oportunidad.
                        Recuerdo nuestro último encuentro, y tu mirada de Medusa, paralizante, de mi tiempo, de mi raciocinio, sólo el corazón que late, golpea, y grita: Mónica, Mónica, como yo estoy gritando ahora, como yo pienso gritar siempre. ¿Qué me hiciste? ¡Por Dios, ¿qué me hiciste?! Todo es inútil, no puedo olvidar, no puedo dejar de gritarte.
                                                                Mariano

         Estrujó la carta mientras un sabor dulzón se mezclaba con su saliva luego de marcar afluentes en su rostro. Y en el recuerdo, la voz de ella al teléfono: "el jueves, a la una de la noche".  Las voces siguen su curso normal en la evocación: "¿Quién era?", y la respuesta hollywoodense "equivocado". Un torbellino de memoria, lágrima, "te amo", lágrimas, "yo también", más cartas, río dulce y dolor. 
         -No más llanto -se prometió, y mantuvo el juramento impávido ante la llegada del auto de su amigo. El nombre que sus labios atenazan en un susurro mortal: "Mariano".
         Las horas, eternas, siglos; y con ellas, la compañía del gélido auto y de crudas preguntas: ¿Por qué? ¿No había amor? Y tanta pasión ¿fingida? ¿Acaso no la satisfacía en la cama? ¿Y por qué con Mariano? ¿Había otros?
         
          -Ninfómana -pensó mientras su amigo fumaba un cigarrillo en la entrada de aquél averno.
         
          Cuando la noche devoró al traidor, bajó decidido del auto con las llaves que su novia le había confiado. Apresuró la marcha, aún así sus pasos perseguían las huellas de las nostalgias y de las dudas que golpeaban el inconsciente y que ya estaban grabadas en fiebre: ¿Había otros?
         
           -Puta -corrigió al abrir la puerta del 2º A, en el preciso instante en que el papel de un periódico chocaba contra los barrotes del balcón en ese departamento.


         5- El asesinato
                                              
         Cuando Roberto Massara entró en la habitación con su corbata en la mano eran exactamente las 3:08 A.M.
      Sosiego en el ambiente y la cama desordenada. Mónica se encontraba en el balcón; bajo su bata azul Roberto adivinó su silueta, perfecta, pecado, traición, deseo e infidelidad. Se acercó como sombra para acariciarla y sus palabras resonaron con el mutismo estúpido de la locura: Mónica, Mónica ¿Qué me hiciste? ¡Por Dios, ¿qué me hiciste?! Todo es inútil, no puedo olvidar... tan propias las palabras, tan ajenas.
      Ella no había oído nada cuando la caricia mortal la dominó por el cuello, y el ardor que hace instantes la consumía se transfiguró en glaciar. La muñeca rota cayó al piso arrastrando la corbata azul, camaleón entre la bata por miedo a su identificación.
         
          -Puta -vociferó Roberto- ¿Por qué? ¿Mi amor no valía? Mi amor, o... no, tal vez no sea amor, tal vez locura, demencia, delirio, o... impotencia, ver agua tan cristalina que se escurre entre mis manos y no poder hacer nada para que crea, me crea, que soy recipiente, pozo infinito, no merecedor de tan bellas aguas.
         "El Mar Muerto", pensó risueño y ahogó su sonrisa con un espasmo, no de frío, sino de horror. Allí, solo, en la taciturna estación, un mendigo había presenciado el asesinato. En ese preciso instante, supo que debía matar una vez más.


            6- Los dos policías

         Al abrirse las puertas del vagón, Daniel y Mario bajaron a la estación y caminaron con paso cansino.
         Los dos rondaban los treinta años de edad y eran amigos desde el secundario. Llevaban tres años sirviendo en la Comisaría Nº 39 de Villa Urquiza; mas hacía apenas tres meses que trabajaban en horario nocturno.
 
         -Son menos horas que de día -le había dicho Daniel a Mario.
         -Sí, pero hay que aguantarlas. Además, vos contás sólo seis horas que es el turno de la guardia en el banco: de tres a nueve de la mañana. ¿Y el tiempo perdido en el viaje?
         -El tren es rápido.
         -¡Pufff, una luz!
         -Vas a tener todo el día para vos y Claudia.
         -¿Y cuando duermo?
         -Má sí, andá a freír mondongo. El ofrecimiento fue para los dos pero yo puedo ir solo.
         -Está bien, no engranés. Decí que sí.
         -¿Seguro?
         -Que sí, che, no me rompas más los huevos.

        Y ahí estaba Mario, una fría noche, un fiel amigo, el trabajo y el folklore de Urquiza: el "Clarín" en el kiosco de la esquina del Banco Río; el puesto de panchos al terminar la vigilancia; y el mendigo.
         El brazo se elevó y la mano, cual un cenicero, clamó por la ansiada limosna. Los pasos fueron esquivos y la mano quedó sin cenizas. Mario encendió un cigarrillo.

         -El viejo no afloja, ¿eh?
         -Si le diéramos guita cada vez que pasamos, ya estaríamos secos.
         -Bermúdez me habló de él hace unos días, se comenta que fue un gran artista. Pintor, creo que dijo.
         -Lo que es la vida.
         -Y... el destino se obstina en dar a quien no sabe usar.
         -Hey, esa frase la leí en algún lado.
          
Un helado ventarrón que sopló pasadas las 3:00 A.M. empujó en su andar a los representantes de la ley.
          
         -¡Que noche fría, ¿no?! -exclamó Daniel.
          
A lo que Mario replicó con total ignorancia:
          
           -Pero tranquila.


         7- El segundo asesinato

         Primero: un papel en blanco y la firma: Mónica, fácil de conseguir. Luego llenar el vacío:
                  
                  Un cansancio repentino a esta vida miserable.
                                                                                                    Mónica
        
         "Muy poético, como a ella le gusta".
         El resto era previsible: atar la corbata a la viga que sobresalía del techo y tirar una silla a los pies de Mónica. "¿Sería creíble o sólo un chiste de péndulo?".
         También estaba el revólver, para mostrarlo, para hacerla sufrir. Pero prefirió desvirtuar lo planeado en favor de la rapidez. Aprovechar que estaba de espalda, evitar su mirada de Medusa, paralizante, de mi tiempo, de mi raciocinio.
         Pero el maldito mendigo.
         No pensó, extrajo su arma y apuntó al pecho del linyera. La distancia no era mucha, y con suerte... Tres, cuatro, cinco, seis ruidosas balas y dos impactos en la campera violeta. Y rojo.
         El frío que había sentido el anciano era leve comparado a la helada muerte que lo envolvió en segundos. Se desplomó contra el perro que sólo atinó a ladrar y salir corriendo.
         Daniel y Mario que no se encontraban lejos, advertidos por la seguidilla de balazos, llegaron al escenario espectral.

         -Allí -gritó Mario señalando al segundo piso y el estridente ruido de la muerte recorrió otra vez la noche en busca del francotirador. Una hoz nefasta vulneró el hombro izquierdo del desdichado novio y cayó al vacío.

         Los policías corrieron hacia él.


         8- La estación como único testigo

         -¿Por qué? ¿Por qué? -aullaba Mario mientras sacudía el cuerpo inerte de Roberto Massara.
         -Dejalo -clamó Daniel-, lo vas a matar.
         -¿Por qué? ¿Por qué?
         -Dejalo -repitió Daniel.
         -No -fulminó con la mirada Mario a su amigo-, va a hablar, el hijo de puta va a hablar.
          
Roberto Massara no pudo contener una mueca de burla.
        
         -Y encima te reís, basura. Hablá, te digo. ¿Por qué?
         -Dejalo, boludo.
          
El pavimento ya filtraba sangre y la noche se alimentaba con el ruido de la llegada de otro tren. El silencio se había resquebrajado como un espejo y soledad  y tinieblas, una utopía ante tantas luces en ventanas y peatones ahora visibles.

         -¿Por qué? Un  viejo loco, un pobre ciego. ¿Qué te hizo, hijo de puta? ¿Qué mierda te hizo?
          
El moribundo abrió sus ojos de tal forma que pareció desgarrarse la cara. La posición cambió: Roberto Massara sujetó por la ropa al policía y en un esfuerzo sobrehumano balbuceó:
          
         -¿¡Ciego!? -un borbotón de sangre confundió la frase final- ¡eiogo!, maldciitrio eiogo.
          
Esas fueron sus últimas palabras.

martes, 3 de mayo de 2011

La leyenda del sapo y la princesa

“La luna se esconde detrás de un edificio, y ahora la oscuridad es total. A soñar.
Recordame. Yo te recuerdo. Nunca te voy a olvidar.”   (De una carta lejana...)

(Música para escuchar de fondo: Princesa. Belinda).

                                                  Ver fábula de "El León enamorado" (Samaniego) ... Aquí

En un mundo de sueños, hadas, canciones y dragones, existía una princesa. La "única" princesa aunque muchas portaran el título. Princesa por su cara angelical y su risa de luz propia, brillante, radiante. Princesa por sus ojos angelicales y pícaros a la vez.
Pero he aquí que en ese reino poblado de príncipes azules, la princesa no encontraba el suyo. Atenazada por el recuerdo del antiguo príncipe Maquiavelo, que la había dejado herida de ternura, aún no abría su corazón a ningún valiente que intentara conquistarla.
Un día, no hace mucho tiempo, y tampoco importa a los fines del relato, la princesa se encontró con un sapo. No un sapo cualquiera. Un sapo cantor. El anfibio (el bicho si hay niños leyendo la historia) saltó sobre la princesa, rozó su piel y le dijo: ¡CROAK!

Hosada (así se llamaba la princesa) acarició al anfibio (al bicho ese) y sonrió:

-Eres lindo y simpático. Lástima que no puedas hablar.
-Se ve que no viste muchas películas de Disney, ¿no? -le contestó el sapo y le guiñó un ojo.

Hosada no se asustó. Por el contrario, le gustó la situación e investigó aún más.

-¿Eres acaso un príncipe encantado al que tengo que besar?
-Sos re original vos.
-¿Eres o no eres?
-Ser o no ser. Esa es la cuestión.
-Tonto.
-Bonita.
-Contesta animal estúpido.
-Pues bien, si me tratas con tanto cariño, te contestaré princesa. No, no soy un príncipe azul (además... ¿no ves que soy verde?). Soy sólo un sapo, pero que ha estado enamorado de tí, desde que te vi por vez primera.

La princesa sonrió contenta.

-No eres mi primer sapo enamorado -le dijo- Tuve un sapito, más flaquito, que estaba loco por mí.
-Era yo, princesa Hosada.
-¿Tú? Imposible.
-Debes entender, princesa. A veces somos patéticos cuando nos enamoramos. Y mucho más patéticos cuando no somos correspondidos. No comemos por días. O, como en mi caso, nos bajamos 3 kilos de helado por semana.
-¿Los sapos comen helado?
-No viene al caso.
-¿Hay heladerías en este reino?
-Es un cuento, todo se vale. La cosa es que ya no soy ese flacucho que conociste.
-Pero tienes que entender que yo no salgo con sapos.
-¿Quién habló de salir? ¿No podemos sólo besarnos mientras yo salto? ¿No te resultaría divertido?
-Me haces reír.
-¿Algún príncipe acaso lo ha hecho?
-¿Reír? Algunos. Sí. Pero no saltando.
-¿Y alguno te ha tocado como yo?
-No, tu piel verde es distinta. Es cierto.
-Entonces... ¿Por qué no puedo ser tu príncipe?
-Porque eres un sapo. Simplemente por eso.

El sapo no insistió. Entendió que los besos se dan, se reciben, se merecen, pero no se piden. Tampoco el amor. Ese estúpido y utópico sentimiento que lastima. El amor nace sin demasiadas explicaciones. Sin lógica. Sin tiempos. Son sensaciones que vienen y van. Es música. Sí, el amor es música. Canciones. Y este era un reino de clave de sol, de bemoles y sostenidos, corcheas, fusas (y confusas), y por suerte, negras y blancas, ningún gris.

Y entonces el sapó peló la guitarra, se puso un sombrero Indiana Jones y cantó:

"¿Hace falta que te diga, que me muero por tener algo contigo? ¿Es que no te has dado cuenta de lo mucho que me cuesta ser tu amigo?

Entonces las mariposas volaron, el sol y la luna se unieron para escuchar, los pájaron hicieron coro, y el sapo siguió cantando:

"Sobre tu piel, puse mi caricia mejor, puse mi ilusión también"

Tres... No, cuatro arcorirs se asomaron en el horizonte.

"When a men loves a woman, down deep in his soul, she can bring him such misery if she plays him for a fool"

¿Qué? - preguntó la princesa ya romántica

-Subtítulos, por favor -reclamó el sapo políglota.

"Cuando un hombre (léase sapo) ama a una mujer hasta el fondo de su alma, ella puede traerle tal miseria si lo trata como un tonto".

-Ayyyyy -gritaron como locas las alondras mientras corozancitos rosas flotaban en el ambiente multicolor.

"Love of my life, you´ve hurt me, you´ve broken my hear and now you leave me, love of my live can´t you see, bring it back bring it back, don´t take it away form me, because you don´t know, waht it means to me"


-Algo en castellano, por favor -clamó la princesa al borde del llando, ya vencida de emoción.

"Dime que no, me tendrás pensando todo el día en tí, planeando una estrategia para un sí"

-Sííííí -gritó la princesa Hosada.
-¿Sí? -repitió el sapo para asegurarse.
-Sí -contestaron todos todos todos los animalitos del bosque mágico.

Y la princesa besó al sapo. Ni el sapo se transformó en príncipe ni la princesa en sapo. O sapa. O como se diga. Sólo se besaron y entendieron que iban a vivir como dicen lo cuentos cuando finalizan: felices para siempre. Algo así era.

O sea (moraleja):

Los finales felices existen....

                          ...Sólo en los mundos de sueños, hadas, canciones y dragones.

(Aunque hay algunos que aún conservan cierta magia, y se pueden transportar a ese mundo. ¿Vos tenés un pasaje para mí?... Los sueños, sueños son. Los sapos, sapos son. ¿O no te das cuenta que son verdes?).