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domingo, 2 de octubre de 2011

Algo más que palabras vacías




(Música para escuchar de fondo: More than Words - Extreme)

Álvarez se sienta siempre en la misma mesa. El requisito es simple: que haya sol. No importa si hace un frío glaciar, o si el calor derrite el termómetro; él necesita sentir las caricias del astro sobre su viejo rostro.
Álvarez tiene 82 años, la piel excesivamente arrugada por el sol, apenas si tiene pelo y el poco que le queda es blanco o de un rubio muy tenue.
Se pide siempre lo mismo, un cortado con tres medialunas, y deja transcurrir toda la tarde en el bar, en la esquina, al aire libre, viendo el mundo tan cerca, y tan lejos a la vez.
Cada vez que salgo de la facu, me siento a charlar con él. Lo conocí hace 3 años, cuando había terminado el CBC y comenzaba mi promisoria carrera de abogado. Recuerdo que pensé que la mesa estaba vacía. Me senté, puse los libros para empezar a leer algo del Código Civil y me preguntó: “¿Estudiando para defender la ley o la justicia?. No puedo recordar qué le contesté, me disculpé pero no me dejó levantar, me invitó a quedarme y así el tema se hizo costumbre.
Hoy no es distinto. Me acerco a la mesa y me mira con sus tristes ojos verdes, sonríe siempre con esa sonrisa falsa que sólo saca para no hacerte sentir incómodo o un extraño en su mundo.

-¿Cómo te fue en el examen? –me pregunta.
-Más o menos, era difícil.
-Bah, siempre decís lo mismo, llorás y luego venís con un 9. Ya aburrís, Nacho, deberías cambiar la cantinela.
-No, en serio, me fue maso.
-Sí, sí.... Seguro.

Vuelve a fingir una sonrisa y saca sus remedios. Toma una pastillita rosa, una roja y luego una negra que es el doble de las anteriores. Se da cuenta que lo observo atento.

-Son para el corazón, ya sabés que lo tengo medio medio. ¿Y vos, Nacho? Cómo anda tu cuore con esa compañerita que te tiene medio loquito?
-Igual que siempre. Sus ojos... No, sus ojos no. Su mirada me pone nervioso, ella me pone nervioso.
-¿Aún no le hablaste?
-Sï, pero poco, lo necesario. ¿Y vos Álvarez? Nunca hablamos de vos. ¿Estuviste casado?
-Sí, hace mucho, mucho tiempo. –entrecierra los ojos como si se esforzara en recordar.
-Contame.
-No hay mucho que contar. Me separé. No funcionó. Uno de esos errores de juventud. Después conocí a alguien, también en la facultad.
-¿Y?
-Y nada. Bah, en realidad sí. Hubo algo. Algunos destellos fugaces que me regaló, alguna caricia perdida, algunos momentos de magia y de paz. Después se fue.
-¿Se fue? ¿Dónde?
-La dejé ir. Siempre pensé que me iba a lastimar, que lo que para ella era un juego, para mí era vida. Y el tiempo pasó, se casó, supongo que fue feliz, o es, ya no sé mucho de ella.
-¿Te pasaba lo mismo que a mí?
-Sí, también tuve ese efecto de tiempo detenido cuando me miraba. Es raro, ¿no? Deberíamos enfrentarlo de alguna manera, aunque esa sensación por sí sola vale la pena. El miedo, el temblor.
-¿Y qué harías si podrías volver el tiempo atrás?

Me dibuja una sonrisa. No logro descifrar si es real o ficticia.

-Tenés que buscar las palabras justas, y no tener miedo de ir más allá. Yo me quedé inmóvil, porque ella un día me buscó. Se armó del valor que a mí me faltaba y vino buscando quizás esa contención que nunca pudo encontrar en otros brazos.
-¿Las palabras justas?
-Sí, a veces limitamos nuestro amor a acciones mediocres o pobres, cuando podemos ir más allá. Nos reclaman lo extraordinario y nos quedamos en respuestas vacías.
-No te entiendo, Álvarez.
-Pues verás, ella vino decidida, golpeó mi puerta y me agarró con las defensas bajas. Me preguntó si pensaba que ella era linda. Y le dije que no. Me preguntó si la tenía dentro de mi corazón, como tanto pregonaba en mis poesías. No es así, negué seguro. Sin entender, me gritó golpeando el pecho si la quería al menos. Me quedé en silencio, sin saber cómo responderle. Lloró, me gritó no sé cuantas cosas raras y sin sentido, y se fue corriendo. Intenté seguirla, pero no pude moverme. Así, como no había podido hablar, tampoco pude correr.
-Sigo sin entenderte, Álvarez.
-Pues claro Nacho, te estoy explicando y detallando mis errores para que vos no los cometas con esta chica que te tiene loco.
-¿Y qué debería hacer?
-Decir las palabras justas, y no limitarte a contestar.
-Otra vez con eso... ¿Las palabras justas?
-Claro, yo me quedé sin habla. Y no pude contestarle con la verdad. Cuando me preguntó si era linda, la respuesta era: “No, no sos linda. Sos hermosa”. Cuando me dijo si la tenía dentro de su corazón, la respuesta era “Imposible, vos sos mi corazón”. Y cuando me preguntó si la quería, le quise gritar “quererte es poco, te amo, siempre te amé antes de conocerte, y  siempre voy a estar enamorado de vos”.  A veces, mi querido Nacho, por querer encontrar las palabras justas, nos quedamos sin hacer lo básico y primordial. Tal vez ... Tal vez...
-¿Tal vez, qué?
-Tal vez debería haber callado, y sólo demostrarle lo que sentía. Quizás en silencio, debí darle un simple y delicado beso. Y dejarle algo más que palabras vacías.