PARA LEER LOS CUENTOS, TIENE PREVIAMENTE QUE PONER PLAY EN EL VIDEO. EL CUENTO SE DEBE LEER CON LA MÚSICA DE FONDO. POR ESO SON CUENTOS PARA CANCIONES.

domingo, 2 de octubre de 2011

Algo más que palabras vacías




(Música para escuchar de fondo: More than Words - Extreme)

Álvarez se sienta siempre en la misma mesa. El requisito es simple: que haya sol. No importa si hace un frío glaciar, o si el calor derrite el termómetro; él necesita sentir las caricias del astro sobre su viejo rostro.
Álvarez tiene 82 años, la piel excesivamente arrugada por el sol, apenas si tiene pelo y el poco que le queda es blanco o de un rubio muy tenue.
Se pide siempre lo mismo, un cortado con tres medialunas, y deja transcurrir toda la tarde en el bar, en la esquina, al aire libre, viendo el mundo tan cerca, y tan lejos a la vez.
Cada vez que salgo de la facu, me siento a charlar con él. Lo conocí hace 3 años, cuando había terminado el CBC y comenzaba mi promisoria carrera de abogado. Recuerdo que pensé que la mesa estaba vacía. Me senté, puse los libros para empezar a leer algo del Código Civil y me preguntó: “¿Estudiando para defender la ley o la justicia?. No puedo recordar qué le contesté, me disculpé pero no me dejó levantar, me invitó a quedarme y así el tema se hizo costumbre.
Hoy no es distinto. Me acerco a la mesa y me mira con sus tristes ojos verdes, sonríe siempre con esa sonrisa falsa que sólo saca para no hacerte sentir incómodo o un extraño en su mundo.

-¿Cómo te fue en el examen? –me pregunta.
-Más o menos, era difícil.
-Bah, siempre decís lo mismo, llorás y luego venís con un 9. Ya aburrís, Nacho, deberías cambiar la cantinela.
-No, en serio, me fue maso.
-Sí, sí.... Seguro.

Vuelve a fingir una sonrisa y saca sus remedios. Toma una pastillita rosa, una roja y luego una negra que es el doble de las anteriores. Se da cuenta que lo observo atento.

-Son para el corazón, ya sabés que lo tengo medio medio. ¿Y vos, Nacho? Cómo anda tu cuore con esa compañerita que te tiene medio loquito?
-Igual que siempre. Sus ojos... No, sus ojos no. Su mirada me pone nervioso, ella me pone nervioso.
-¿Aún no le hablaste?
-Sï, pero poco, lo necesario. ¿Y vos Álvarez? Nunca hablamos de vos. ¿Estuviste casado?
-Sí, hace mucho, mucho tiempo. –entrecierra los ojos como si se esforzara en recordar.
-Contame.
-No hay mucho que contar. Me separé. No funcionó. Uno de esos errores de juventud. Después conocí a alguien, también en la facultad.
-¿Y?
-Y nada. Bah, en realidad sí. Hubo algo. Algunos destellos fugaces que me regaló, alguna caricia perdida, algunos momentos de magia y de paz. Después se fue.
-¿Se fue? ¿Dónde?
-La dejé ir. Siempre pensé que me iba a lastimar, que lo que para ella era un juego, para mí era vida. Y el tiempo pasó, se casó, supongo que fue feliz, o es, ya no sé mucho de ella.
-¿Te pasaba lo mismo que a mí?
-Sí, también tuve ese efecto de tiempo detenido cuando me miraba. Es raro, ¿no? Deberíamos enfrentarlo de alguna manera, aunque esa sensación por sí sola vale la pena. El miedo, el temblor.
-¿Y qué harías si podrías volver el tiempo atrás?

Me dibuja una sonrisa. No logro descifrar si es real o ficticia.

-Tenés que buscar las palabras justas, y no tener miedo de ir más allá. Yo me quedé inmóvil, porque ella un día me buscó. Se armó del valor que a mí me faltaba y vino buscando quizás esa contención que nunca pudo encontrar en otros brazos.
-¿Las palabras justas?
-Sí, a veces limitamos nuestro amor a acciones mediocres o pobres, cuando podemos ir más allá. Nos reclaman lo extraordinario y nos quedamos en respuestas vacías.
-No te entiendo, Álvarez.
-Pues verás, ella vino decidida, golpeó mi puerta y me agarró con las defensas bajas. Me preguntó si pensaba que ella era linda. Y le dije que no. Me preguntó si la tenía dentro de mi corazón, como tanto pregonaba en mis poesías. No es así, negué seguro. Sin entender, me gritó golpeando el pecho si la quería al menos. Me quedé en silencio, sin saber cómo responderle. Lloró, me gritó no sé cuantas cosas raras y sin sentido, y se fue corriendo. Intenté seguirla, pero no pude moverme. Así, como no había podido hablar, tampoco pude correr.
-Sigo sin entenderte, Álvarez.
-Pues claro Nacho, te estoy explicando y detallando mis errores para que vos no los cometas con esta chica que te tiene loco.
-¿Y qué debería hacer?
-Decir las palabras justas, y no limitarte a contestar.
-Otra vez con eso... ¿Las palabras justas?
-Claro, yo me quedé sin habla. Y no pude contestarle con la verdad. Cuando me preguntó si era linda, la respuesta era: “No, no sos linda. Sos hermosa”. Cuando me dijo si la tenía dentro de su corazón, la respuesta era “Imposible, vos sos mi corazón”. Y cuando me preguntó si la quería, le quise gritar “quererte es poco, te amo, siempre te amé antes de conocerte, y  siempre voy a estar enamorado de vos”.  A veces, mi querido Nacho, por querer encontrar las palabras justas, nos quedamos sin hacer lo básico y primordial. Tal vez ... Tal vez...
-¿Tal vez, qué?
-Tal vez debería haber callado, y sólo demostrarle lo que sentía. Quizás en silencio, debí darle un simple y delicado beso. Y dejarle algo más que palabras vacías.

domingo, 17 de julio de 2011

Sigue resistiendo (autobiográfico)




Duele. No aflojes. Sigue resistiendo. Miles de imágenes bailan, brillan e interrumpen mi concentración en pleno partido. Me proyecto ganador. Pero la batalla es abrumadora.
Al lado, mi compañero de padel se reprocha una pelota perdida, un error no forzado, mientras yo atenazo entre mis manos el cuádricep quejoso.
Duele, no aflojes. Un salto más, una corrida interminable, entre rengueo y sudor.
Un smash potente sacude mi modorra mental. La paleta tirita en mi mano.
Fuerte. Sujetala fuerte, carajo. Pero mi mano tiembla.
Otro saque, una pelota corta. Y mi alma al pavimento para pegarle. Dejo piel, sangre en el piso y llego a conectar una diagonal formidable. Un grito de hambre y furia sacude los alambrados. Me miro la palma de la mano y tres hilos finos de sangre la recorren. Quirología turbia.
Intento silenciar las voces que me lastiman diciendo: “no podrá hacer deportes” y de repente se cruza un “no dejes que me enamore de ti”, esos ojos dulces, preciosos...
Me confundo, y pierdo otra pelota. No te distraigas. Aférrate al triunfo. Sólo ese importa.
“Es gracioso como se mueve”, “es gracioso como te mueves”. 
Me escondo entonces a las miradas y pego rabioso una volea torpe. "Así no", me exijo. Me obligo a la perfección. "Nadie se acuerda de los segundos", castigo a mi cerebro. "No importa si no llegas a la cima, disfruta el viaje” dice entonces una voz. “Es tuya” me grita mi compañero mientras me obligo a una carrera imposible para devolver la pelota. No llego. Era mía. Era mía. Pero la perdí.
Entonces tiemblo de nuevo por dentro, mientras me muestro entero. Ellos son mejores. “No lo demuestres”. Me duele. Sigue resistiendo.  Qué cobarde, tengo miedo. “Por lo contrario, no tener miedo es ser inconsciente.  Tener miedo y enfrentarlo, es valentía.”. Otra vez la voz que se pierde, como la pelota, como ella.
Todo mal, nada bien, que es lo mismo. Un animal, iracundo, acorralado. Le vuelvo a errar. A la pelota. A las decisiones. No te rindas. No dejes que se acerque, ni que se aleje. ¿?
¿Qué? ¿Qué digo?
Duele. Duele el músculo. Duelen los pensamientos. Nunca terminan de nacer.  Me arrodillo en pleno partido, pero no termino de caer. Y miro al cielo amenazante. Y grito: “Golpea fuerte Dios con tu martillo, sólo que no hay barro que moldear, sino roca y granito y prótesis de titanio”. Golpeo el pecho. "Y si tú no estás, seguramente el tridente del maldito intentará pinchar mis entrañas, y lastimarme aún más que tu ausencia... tú de nuevo en mi cabeza, tú... vos..." ¿Para que me tocas y acaricias y me dejas borracho con tu olor a pétalo? Y me regalas encima tus ojos miel y tu cuerpo y sudor. ¿Para qué? ¿No te das cuenta que no hay nada que me quite el embrujo o estás acostumbrada a esas almas que vagan y se divierten con sentimientos vacíos?  ¿No te das cuenta que duele y me cierra y además no me permite creer en otras flores y colores?

Fabulosa.
Enamorada, no de mí.
Radiante.

Tuviste mi cuerpo. Mis caricias que a nadie di porque están enterradas y no saben renacer. Mi dulzura perdida en tanto grito y dolor. Me vacié. Y te dejé. Y te perdí.
“Hay una luz en algún lugar”. Si hay oscuridad, hay luz entonces.
Un smash. La pelota fogonea en su velocidad. Imposible tomarla. Quema. “Es tuya” grita mi compañero. “No, no llego. La perdí”, sollozo. Y bajo la cabeza. Y me río. Una mueca de rebeldía.
Duele. No aflojes. No te rindas.
El partido terminó. El resultado, una anécdota. Una derrota. Otra más.
Me río. Levanto la cabeza, miro a mis rivales y les grito:

"¿Jugamos la revancha?"


miércoles, 11 de mayo de 2011

La estación como único testigo

Un pozo pintado vio
una paloma sedienta:
tiróse a él tan violenta,
que contra la tabla dio.
Del golpe, al suelo cayó,
y allí muere de contado.
    De su apetito guiado,
por no consultar al juicio,
así vuela al precipicio
el hombre desenfrenado.
                                                                                                                           
FÉLIX MARÍA SAMANIEGO

(Música para escuchar de fondo: El viejo Matías. Víctor Heredia).



1- El mendigo

        Una estampita o un monolito a la miseria. Eso era el anciano sentado en la estación del ferrocarril  Gral. Urquiza. Y silencio. Y soledad, triste soledad.
         Los pies del viejo se apoyaban en un perro de raza desconocida, mezcla quizás de Ovejero Alemán y Pequinés, o alguna otra cruza ridícula. De esta forma, lograba refugiarse en parte del frío viento que azotaba el lugar.
         Una luz también, tenue, de un farol antiguo, iluminando 71 años. Y su ropa: vestía agujeros y una gorra de lana blanca tan sucia que parecía negra. La única prenda en buen estado, que resplandecía ante tanta congoja, era una campera inflable violeta, perteneciente a algún niño sin dudas ya que no le cubría los brazos en su totalidad, por lo que desde la mitad de los antebrazos se asomaban las mangas de una deprimente camiseta manchada de grasa.
         El aspecto general no difería mucho al de su ropa. Gris, flaco, y arrugas grises. El escaso pelo blanco en su cabeza realizaba una magnífica antítesis con la enorme y despareja barba negra que nacía en algún lado oculto en su cara.
         Una estampita o un monolito a la miseria.
         Y silencio. Y ruidoso silencio.
         Cuando el tren arribó al andén, todo pareció perder armonía, excepto el linyera que conservó su mansedumbre pétrea.
         Y sonidos. Y más luz.
         Bajo un halo fantasmagórico, descendieron de un vagón sólo dos pasajeros. Las pisadas llegaron al mendigo como lejanos ecos nocturnos, y la apoteosis final de la noche, cuando se mezclaron los pasos con la retirada de la máquina infernal.
         El anciano no los miró; escuchó detenidamente el acercarse de los cuerpos, tal como era su costumbre. Y cuando los sintió a su lado, su brazo se elevó y la mano, cual un cenicero, clamó por la ansiada limosna. Los pasos fueron esquivos y la mano quedó sin cenizas, sólo el frío tenebroso de la noche se animó a besarla.
         A las tres de la mañana, una estampita o monolito a la miseria. Y silencio. Y soledad, triste soledad. Otra vez. Una vez más.
         El mendigo guardó la mano de la clemencia en un bolsillo y con la otra acarició a su perro.
       
         -La próxima vez habrá más suerte, amigo -le dijo, y su mascota contestó con un movimiento de cola.
         -Sí, ya sé, tienes hambre. Yo también, amigo. Yo también...
       
          El viento en ese instante sopló con más fuerza y la estación se transformó en un caos de papeles que revoloteaban como palomas por doquier. Un pedazo de periódico fue el más valiente y remontó vuelo hasta el balcón del 2º A, en el departamento de enfrente. Fue en ese momento cuando, en la mencionada habitación, hacía su entrada sigilosa Roberto Massara.


       2- La mujer

         Era morocha, medía alrededor de un metro setenta y estaba prácticamente desnuda. Su primer nombre era Alicia, aunque todos la conocían por el segundo: Mónica.
         El cuarto que la cobijaba emitía un fulgor a pecado, a tentación satisfecha. Y calor, mucho calor. Reminiscencia de cuerpos humanos fusionados en éxtasis. ¿Pecado? Ella no se sentía impura, había pensado lo hecho y sabía que lo necesitaba... lo deseaba.
         Su cuerpo precipitó la osadía: una figura perfecta, ojos pardos, mirada pantera. Pero como siempre, el destino se obstina en dar a quien no sabe usar. Los bellísimos rasgos esculpidos por algún dios, estaban hechos para no ser alterados; sin embargo: maquillaje, decoración usada en exceso mediante rouge, sombra, colorete, y miles de cosméticos que la convertían en un payaso, atractivo a pesar del revoque.
         Se paró frente a la cama, escenario vivo minutos atrás, primer, segundo y último acto, la misma obra: pecado... ¿Pecado? La cama trasmuta a un índice rígido, acusador, grita: ¡culpable!
         
         -¿Culpable de qué? -contestó ella en voz alta e interrogó a los testigos invisibles - ¿De ser mujer? ¿De hacer el amor con quien se desea? ¿De guiarse por los sentimientos? 
         
         Luego sobre la cama, el nombre que sus labios acarician en un susurro sensual: "Mariano". Tomó la carta, el  detonante final y volvió a leer:

            Mónica:

                        ¿Para qué caer en prólogos extensos sin sentido? Voy al grano: te amo, estoy totalmente perdido en tus gestos, en tu voz, en tu risa, en cada cosa que desprende tu perfume de mujer.
                        Ahora sí, al prólogo.
                        Toda carta tiene su sentido, las románticas suelen no ocultar nada o simplemente disfrazan su  vergüenza con metáforas de rosas, flor y color. Esta carta trata de emular aquellas de antaño, pero no quiero parecer meloso en demasía, aunque lo sea.
                        Conocernos, quizás sea esta la palabra clave. Y dentro de esta lenta tarea, el reconocimiento certero de que no miento, de que no te voy a joder con sentimientos falsos, y perdoná que use "joder" como expresión, es que a veces mi vocabulario no es muy extenso y trato de volcar toda mi ansia de palabras en frenesí, frenesí sincero, como te estaba diciendo, amor, o... no, tal vez no sea amor, tal vez locura, demencia, delirio, o... impotencia, ver agua tan cristalina que se escurre entre mis manos y no poder hacer nada para que crea, me crea, que soy recipiente, pozo infinito, no merecedor de tan bellas aguas.
                        Reconozco que sobre un papel sueno distinto, puedo pensar, saborear cada palabra y luego reflexionar sobre el condimento a usar, estos detalles gastronómicos tratan de justificar mis palabras vacías en tu presencia o detrás de un teléfono. Pero soy yo, el mismo que te observa en secreto, y no pudo engañar más, a vos y a mí, al alma que es mucho más grave, al amor que en teoría tendría que ser intocable y día a día nos encargamos de ensuciarlo con melodramas estúpidos... ¡otra vez mi falta de respeto! Pido perdón por mi verborrea insolente, y así como estoy, rodillas desnudas contra el piso, manos en rezo, te ruego una oportunidad, o al menos una esperanza.
                        Por lo pronto, sólo espero que me creas: estoy loco por vos.
                                                                                           Mariano

         Y calor, mucho calor.
         Salió al balcón para encontrarse con la realidad del frío, en un fallido intento para aplacar el fuego interno.
         El viento en ese instante sopló con más fuerza y la estación se transformó en un caos de papeles que...


         3- El amante

         Mariano Faltayano antes de bajar del auto miró su reloj: 0:58 A.M. Se paró frente al portero eléctrico y esperó para tocarlo: le encantaba la puntualidad extrema.
         Era este puntual personaje, un típico galán: alto, morocho, ojos celestes, barbita de 2 días. Todo muy estereotipado, incluso su personalidad dual, "siempre feliz" según su familia, y algo que toma hedor por dentro, quizás la realidad.
         En la ficción, un chiste siempre en el momento preciso o "el verso" de unas palabras dulzonas para piropear a cualquier chica, hermosa o deslucida.
         
           -Basta que tengan dos tetas -bromeaba con sus amigos sapiente que la verdad no se disfraza de broma, y el olor a podrido no puede ocultarse siempre.
         
            "Herrera for Men" el perfume en su cara. Un traje gris, una corbata azul y un sujetador de oro, una bufanda gris tonalidad oscura y un tapado gris que le llegaba hasta los zapatos del mismo color. Estaba completamente abrigado y, a pesar de ello, los dientes castañeteaban gracias al frío espantoso y al viento que empeoraba la sensación. Circunscribiendo a la álgida noche, la negra oscuridad, apenas combatida por una tímida luna menguante y una luz de farol a lo lejos.
         
         -Al menos permite ver algo -reflexionó Mariano mientras observaba al mendigo y a su perro.
         
          Miró el reloj: 1:01 A.M.
         
         -Mierda -dijo y tocó el portero.
         
          El combate en la cama se efectuó de manera desigual: brutalidad y desesperación contra pasión y dulzura. Ella y él.
         El empate fue pactado luego de una extenuante batalla. La despedida se alargó en un interminable beso y una promesa quedó latente: un nuevo encuentro, una nueva lucha y el mismo final.
         Mariano Faltayano volvió a detenerse en la entrada del edificio. Encendió un cigarrillo y en su frenética manía miró el reloj: 2:59 A.M. Esperó sesenta segundos y a las 3:00 A.M. en punto subió al auto para perderse en las sombras.


         4- El novio

         El Sierra X-R4 estuvo frente al edificio desde las 23:37 P.M. El color negro del auto hacía juego con el traje oscuro del ocupante y con las ideas del mismo.
         Roberto Massara se acomodó en el asiento y releyó la carta que había encontrada días atrás:
        
         Mónica:

                        Ausencia, fatal destino tu no estar, en cuerpo, en substancia, en calor.
                        Ausencia de sentido, en mi vida, al no verte sonreír, al no atreverme a un roce, sugestivo, sin tacto, sólo en la pasión de la fantasía, fantasía ausente... sin vos.
                        Esta carta, mi mayor atrevimiento; perdón, cobarde me declaro, es que... ¿tengo acaso alguna oportunidad? El cielo está lejos me dijeron de chico, y haberlo visto tan cerca, quizás pecado, es que ahora no me conformo con nada, nadie. Solo, solo estoy en tu ausencia y espero, la oportunidad, el brío, y tus brazos.
                        No sé porqué te nombro "amor imposible", no sé porqué me duele tanto esa etiqueta pegada a mi corazón con la consigna: "frágil". Pero no me importa, espero, no sé qué, no sé nada, sólo espero, mientras las telas de araña se acumulan a mi alrededor en formas asombrosas, corazón, espada, cupido, flor. Y yo espero, el coraje, o el milagro, de que pienses que podes amarme, y ser amada, y espero, espero, otra vez espero la oportunidad.
                        Recuerdo nuestro último encuentro, y tu mirada de Medusa, paralizante, de mi tiempo, de mi raciocinio, sólo el corazón que late, golpea, y grita: Mónica, Mónica, como yo estoy gritando ahora, como yo pienso gritar siempre. ¿Qué me hiciste? ¡Por Dios, ¿qué me hiciste?! Todo es inútil, no puedo olvidar, no puedo dejar de gritarte.
                                                                Mariano

         Estrujó la carta mientras un sabor dulzón se mezclaba con su saliva luego de marcar afluentes en su rostro. Y en el recuerdo, la voz de ella al teléfono: "el jueves, a la una de la noche".  Las voces siguen su curso normal en la evocación: "¿Quién era?", y la respuesta hollywoodense "equivocado". Un torbellino de memoria, lágrima, "te amo", lágrimas, "yo también", más cartas, río dulce y dolor. 
         -No más llanto -se prometió, y mantuvo el juramento impávido ante la llegada del auto de su amigo. El nombre que sus labios atenazan en un susurro mortal: "Mariano".
         Las horas, eternas, siglos; y con ellas, la compañía del gélido auto y de crudas preguntas: ¿Por qué? ¿No había amor? Y tanta pasión ¿fingida? ¿Acaso no la satisfacía en la cama? ¿Y por qué con Mariano? ¿Había otros?
         
          -Ninfómana -pensó mientras su amigo fumaba un cigarrillo en la entrada de aquél averno.
         
          Cuando la noche devoró al traidor, bajó decidido del auto con las llaves que su novia le había confiado. Apresuró la marcha, aún así sus pasos perseguían las huellas de las nostalgias y de las dudas que golpeaban el inconsciente y que ya estaban grabadas en fiebre: ¿Había otros?
         
           -Puta -corrigió al abrir la puerta del 2º A, en el preciso instante en que el papel de un periódico chocaba contra los barrotes del balcón en ese departamento.


         5- El asesinato
                                              
         Cuando Roberto Massara entró en la habitación con su corbata en la mano eran exactamente las 3:08 A.M.
      Sosiego en el ambiente y la cama desordenada. Mónica se encontraba en el balcón; bajo su bata azul Roberto adivinó su silueta, perfecta, pecado, traición, deseo e infidelidad. Se acercó como sombra para acariciarla y sus palabras resonaron con el mutismo estúpido de la locura: Mónica, Mónica ¿Qué me hiciste? ¡Por Dios, ¿qué me hiciste?! Todo es inútil, no puedo olvidar... tan propias las palabras, tan ajenas.
      Ella no había oído nada cuando la caricia mortal la dominó por el cuello, y el ardor que hace instantes la consumía se transfiguró en glaciar. La muñeca rota cayó al piso arrastrando la corbata azul, camaleón entre la bata por miedo a su identificación.
         
          -Puta -vociferó Roberto- ¿Por qué? ¿Mi amor no valía? Mi amor, o... no, tal vez no sea amor, tal vez locura, demencia, delirio, o... impotencia, ver agua tan cristalina que se escurre entre mis manos y no poder hacer nada para que crea, me crea, que soy recipiente, pozo infinito, no merecedor de tan bellas aguas.
         "El Mar Muerto", pensó risueño y ahogó su sonrisa con un espasmo, no de frío, sino de horror. Allí, solo, en la taciturna estación, un mendigo había presenciado el asesinato. En ese preciso instante, supo que debía matar una vez más.


            6- Los dos policías

         Al abrirse las puertas del vagón, Daniel y Mario bajaron a la estación y caminaron con paso cansino.
         Los dos rondaban los treinta años de edad y eran amigos desde el secundario. Llevaban tres años sirviendo en la Comisaría Nº 39 de Villa Urquiza; mas hacía apenas tres meses que trabajaban en horario nocturno.
 
         -Son menos horas que de día -le había dicho Daniel a Mario.
         -Sí, pero hay que aguantarlas. Además, vos contás sólo seis horas que es el turno de la guardia en el banco: de tres a nueve de la mañana. ¿Y el tiempo perdido en el viaje?
         -El tren es rápido.
         -¡Pufff, una luz!
         -Vas a tener todo el día para vos y Claudia.
         -¿Y cuando duermo?
         -Má sí, andá a freír mondongo. El ofrecimiento fue para los dos pero yo puedo ir solo.
         -Está bien, no engranés. Decí que sí.
         -¿Seguro?
         -Que sí, che, no me rompas más los huevos.

        Y ahí estaba Mario, una fría noche, un fiel amigo, el trabajo y el folklore de Urquiza: el "Clarín" en el kiosco de la esquina del Banco Río; el puesto de panchos al terminar la vigilancia; y el mendigo.
         El brazo se elevó y la mano, cual un cenicero, clamó por la ansiada limosna. Los pasos fueron esquivos y la mano quedó sin cenizas. Mario encendió un cigarrillo.

         -El viejo no afloja, ¿eh?
         -Si le diéramos guita cada vez que pasamos, ya estaríamos secos.
         -Bermúdez me habló de él hace unos días, se comenta que fue un gran artista. Pintor, creo que dijo.
         -Lo que es la vida.
         -Y... el destino se obstina en dar a quien no sabe usar.
         -Hey, esa frase la leí en algún lado.
          
Un helado ventarrón que sopló pasadas las 3:00 A.M. empujó en su andar a los representantes de la ley.
          
         -¡Que noche fría, ¿no?! -exclamó Daniel.
          
A lo que Mario replicó con total ignorancia:
          
           -Pero tranquila.


         7- El segundo asesinato

         Primero: un papel en blanco y la firma: Mónica, fácil de conseguir. Luego llenar el vacío:
                  
                  Un cansancio repentino a esta vida miserable.
                                                                                                    Mónica
        
         "Muy poético, como a ella le gusta".
         El resto era previsible: atar la corbata a la viga que sobresalía del techo y tirar una silla a los pies de Mónica. "¿Sería creíble o sólo un chiste de péndulo?".
         También estaba el revólver, para mostrarlo, para hacerla sufrir. Pero prefirió desvirtuar lo planeado en favor de la rapidez. Aprovechar que estaba de espalda, evitar su mirada de Medusa, paralizante, de mi tiempo, de mi raciocinio.
         Pero el maldito mendigo.
         No pensó, extrajo su arma y apuntó al pecho del linyera. La distancia no era mucha, y con suerte... Tres, cuatro, cinco, seis ruidosas balas y dos impactos en la campera violeta. Y rojo.
         El frío que había sentido el anciano era leve comparado a la helada muerte que lo envolvió en segundos. Se desplomó contra el perro que sólo atinó a ladrar y salir corriendo.
         Daniel y Mario que no se encontraban lejos, advertidos por la seguidilla de balazos, llegaron al escenario espectral.

         -Allí -gritó Mario señalando al segundo piso y el estridente ruido de la muerte recorrió otra vez la noche en busca del francotirador. Una hoz nefasta vulneró el hombro izquierdo del desdichado novio y cayó al vacío.

         Los policías corrieron hacia él.


         8- La estación como único testigo

         -¿Por qué? ¿Por qué? -aullaba Mario mientras sacudía el cuerpo inerte de Roberto Massara.
         -Dejalo -clamó Daniel-, lo vas a matar.
         -¿Por qué? ¿Por qué?
         -Dejalo -repitió Daniel.
         -No -fulminó con la mirada Mario a su amigo-, va a hablar, el hijo de puta va a hablar.
          
Roberto Massara no pudo contener una mueca de burla.
        
         -Y encima te reís, basura. Hablá, te digo. ¿Por qué?
         -Dejalo, boludo.
          
El pavimento ya filtraba sangre y la noche se alimentaba con el ruido de la llegada de otro tren. El silencio se había resquebrajado como un espejo y soledad  y tinieblas, una utopía ante tantas luces en ventanas y peatones ahora visibles.

         -¿Por qué? Un  viejo loco, un pobre ciego. ¿Qué te hizo, hijo de puta? ¿Qué mierda te hizo?
          
El moribundo abrió sus ojos de tal forma que pareció desgarrarse la cara. La posición cambió: Roberto Massara sujetó por la ropa al policía y en un esfuerzo sobrehumano balbuceó:
          
         -¿¡Ciego!? -un borbotón de sangre confundió la frase final- ¡eiogo!, maldciitrio eiogo.
          
Esas fueron sus últimas palabras.

martes, 3 de mayo de 2011

La leyenda del sapo y la princesa

“La luna se esconde detrás de un edificio, y ahora la oscuridad es total. A soñar.
Recordame. Yo te recuerdo. Nunca te voy a olvidar.”   (De una carta lejana...)

(Música para escuchar de fondo: Princesa. Belinda).

                                                  Ver fábula de "El León enamorado" (Samaniego) ... Aquí

En un mundo de sueños, hadas, canciones y dragones, existía una princesa. La "única" princesa aunque muchas portaran el título. Princesa por su cara angelical y su risa de luz propia, brillante, radiante. Princesa por sus ojos angelicales y pícaros a la vez.
Pero he aquí que en ese reino poblado de príncipes azules, la princesa no encontraba el suyo. Atenazada por el recuerdo del antiguo príncipe Maquiavelo, que la había dejado herida de ternura, aún no abría su corazón a ningún valiente que intentara conquistarla.
Un día, no hace mucho tiempo, y tampoco importa a los fines del relato, la princesa se encontró con un sapo. No un sapo cualquiera. Un sapo cantor. El anfibio (el bicho si hay niños leyendo la historia) saltó sobre la princesa, rozó su piel y le dijo: ¡CROAK!

Hosada (así se llamaba la princesa) acarició al anfibio (al bicho ese) y sonrió:

-Eres lindo y simpático. Lástima que no puedas hablar.
-Se ve que no viste muchas películas de Disney, ¿no? -le contestó el sapo y le guiñó un ojo.

Hosada no se asustó. Por el contrario, le gustó la situación e investigó aún más.

-¿Eres acaso un príncipe encantado al que tengo que besar?
-Sos re original vos.
-¿Eres o no eres?
-Ser o no ser. Esa es la cuestión.
-Tonto.
-Bonita.
-Contesta animal estúpido.
-Pues bien, si me tratas con tanto cariño, te contestaré princesa. No, no soy un príncipe azul (además... ¿no ves que soy verde?). Soy sólo un sapo, pero que ha estado enamorado de tí, desde que te vi por vez primera.

La princesa sonrió contenta.

-No eres mi primer sapo enamorado -le dijo- Tuve un sapito, más flaquito, que estaba loco por mí.
-Era yo, princesa Hosada.
-¿Tú? Imposible.
-Debes entender, princesa. A veces somos patéticos cuando nos enamoramos. Y mucho más patéticos cuando no somos correspondidos. No comemos por días. O, como en mi caso, nos bajamos 3 kilos de helado por semana.
-¿Los sapos comen helado?
-No viene al caso.
-¿Hay heladerías en este reino?
-Es un cuento, todo se vale. La cosa es que ya no soy ese flacucho que conociste.
-Pero tienes que entender que yo no salgo con sapos.
-¿Quién habló de salir? ¿No podemos sólo besarnos mientras yo salto? ¿No te resultaría divertido?
-Me haces reír.
-¿Algún príncipe acaso lo ha hecho?
-¿Reír? Algunos. Sí. Pero no saltando.
-¿Y alguno te ha tocado como yo?
-No, tu piel verde es distinta. Es cierto.
-Entonces... ¿Por qué no puedo ser tu príncipe?
-Porque eres un sapo. Simplemente por eso.

El sapo no insistió. Entendió que los besos se dan, se reciben, se merecen, pero no se piden. Tampoco el amor. Ese estúpido y utópico sentimiento que lastima. El amor nace sin demasiadas explicaciones. Sin lógica. Sin tiempos. Son sensaciones que vienen y van. Es música. Sí, el amor es música. Canciones. Y este era un reino de clave de sol, de bemoles y sostenidos, corcheas, fusas (y confusas), y por suerte, negras y blancas, ningún gris.

Y entonces el sapó peló la guitarra, se puso un sombrero Indiana Jones y cantó:

"¿Hace falta que te diga, que me muero por tener algo contigo? ¿Es que no te has dado cuenta de lo mucho que me cuesta ser tu amigo?

Entonces las mariposas volaron, el sol y la luna se unieron para escuchar, los pájaron hicieron coro, y el sapo siguió cantando:

"Sobre tu piel, puse mi caricia mejor, puse mi ilusión también"

Tres... No, cuatro arcorirs se asomaron en el horizonte.

"When a men loves a woman, down deep in his soul, she can bring him such misery if she plays him for a fool"

¿Qué? - preguntó la princesa ya romántica

-Subtítulos, por favor -reclamó el sapo políglota.

"Cuando un hombre (léase sapo) ama a una mujer hasta el fondo de su alma, ella puede traerle tal miseria si lo trata como un tonto".

-Ayyyyy -gritaron como locas las alondras mientras corozancitos rosas flotaban en el ambiente multicolor.

"Love of my life, you´ve hurt me, you´ve broken my hear and now you leave me, love of my live can´t you see, bring it back bring it back, don´t take it away form me, because you don´t know, waht it means to me"


-Algo en castellano, por favor -clamó la princesa al borde del llando, ya vencida de emoción.

"Dime que no, me tendrás pensando todo el día en tí, planeando una estrategia para un sí"

-Sííííí -gritó la princesa Hosada.
-¿Sí? -repitió el sapo para asegurarse.
-Sí -contestaron todos todos todos los animalitos del bosque mágico.

Y la princesa besó al sapo. Ni el sapo se transformó en príncipe ni la princesa en sapo. O sapa. O como se diga. Sólo se besaron y entendieron que iban a vivir como dicen lo cuentos cuando finalizan: felices para siempre. Algo así era.

O sea (moraleja):

Los finales felices existen....

                          ...Sólo en los mundos de sueños, hadas, canciones y dragones.

(Aunque hay algunos que aún conservan cierta magia, y se pueden transportar a ese mundo. ¿Vos tenés un pasaje para mí?... Los sueños, sueños son. Los sapos, sapos son. ¿O no te das cuenta que son verdes?).

jueves, 28 de abril de 2011

Estás maravillosa esta noche

 

(Música para escuchar de fondo: Wonderful tonight. Eric Clapton). 

Cuando el quinto relámpago iluminó el cielo, él se inclinó sobre sus piernas y las recorrió lentamente con su lengua, saboreando cada milímetro de su cuerpo.
Afuera llovía y cada gota, cada ruido, hacía el momento mucho más romántico y especial.
Como todas las noches, ella se dedicaba a escuchar las palabras de su enamorado: la única voz que se confundía con el caer de las gotas.

-Estás maravillosa esta noche. Radiante. Más que nunca.

Hizo una pausa. Alejó su cuerpo para admirarla en toda su inmensidad como mujer. Y Repitió: 

-Maravillosa. Realmente maravillosa.

Movió delicadamente sus manos para acariciar con ternura sus miembros inferiores y empezó a describirla mientras la amaba con cada uno de sus movimientos.

-El cuerpo de una mujer es algo complejo. Especial. Tu cuerpo es... es algo de otra orbe. Tus pies, tan chicos y delicados, como alas de mariposa, frágiles como pétalos de orquídea. Y a pesar de tanta fragilidad, fuertes, como el ruido de ese trueno que acaba de asustarnos, fuertes para sostener tus hermosas piernas de modelo, columnas de mi vida, de tu mundo, de mi mundo.

La lengua llegó hasta la cintura al mismo tiempo que las manos sin pudor alguno, comenzaron a atreverse a rozar la sexualidad de la mujer.
-"Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos" -dijo recitando a Neruda- "te pareces al mundo en tu actitud de entrega. Mi cuerpo de labriego salvaje te socava y hace saltar el hijo del fondo de la tierra."

Ella pidió más con la mirada. Sus manos no se detuvieron y subieron hasta los pechos. Apoyó tiernamente la mano en su corazón.

-Como Cupido, llegué hasta aquí. No para lastimarte, sino para envolver en mis manos tu alma entera. Tu corazón, lleno de secretos, un tambor que jadea pasión. La locura que dentro de él late es capaz de derribar al mayor de los edificios como de tocar una paloma y transformarla en flor.

Ella pareció querer decir algo, pero él se anticipó y la tapó la boca.

-Calla princesa. Calla. No me mires y sólo siente. Sienteme.

La penetró. Suave. Lento. Luego fue incrementando el frenesí ritmicamente.

-Tus brazos. Tan suaves. Tan finos. La prolongación de ese corazón. Los que me abrazan y me hablan. Me acarician y me protegen. 

Tomó su mano y llevó uno de los dedos a su boca. Lo besó. Lo chupeteó largamente.

-Tus manos. El sólo roce que me vuelve loco. Capaces de aprisionar como de liberar. De hacerme vibrar. Sos tan increíble. Sos tan hermosa.

Los dedos rozaron levemente el pezón. La delicadeza se transformó en arrebato violento cuando un relámpago iluminó la habitación.

-¿Me sentís, hermosa? ¿Me sentís?

Furia. Ímpetu. Rabia.

Tomó fuertemente sus manos y las llevó atrás de la cabeza. Las sujetó con una mano y con la otra tapó su boca. La violó. La rasguñó. Aunque ella hubiera logrado gritar no hubiera parado. La golpeó con cada una de sus embestidas terribles. Los truenos se hicieron más intensos. El ruido de la lluvia. Los gritos.

-¿Me sentís, puta? ¿Me sentís? Gritá, mierda. Gritá.

Pasó su lengua por detrás de la oreja, y la mordió con bronca. Al instante se dio cuenta del error: la muñeca comenzó a desinflarse lentamente.



lunes, 25 de abril de 2011

El abuelo y la jirafa

(Música para escuchar de fondo: Cuando amas a alguien. Bryan Adams).


-Hijo.
-¿Qué pasa má?
-Nada, quería hablarte ¿molesto?
-No, pasá, estaba viendo la tele, ¿de qué querías hablar?
-¿Vos te acordás de...?
-¡Cerrá la puerta! Papá duerme.
-Bueno... ¿Vos te acordás de tu abuelo?
-¿Matías?
-Sí, el abuelo Matías. ¿Te acordás?
-Algo, ¿por qué?
-No sé, estaba pensando en la cama y me dije "¡qué injusto que Claudio no haya podido conocer más a su abuelo!" porque tenés que saber que él te quería mucho.
-Ya sé, má, me lo repetís siempre.
-Y no me voy a cansar de repetirlo, porque es verdad ¿sabes? El único tema para el abuelo eras vos, incluso cuando estaba enfermo descuidó toda su vida para seguir a tu lado y además... No, no importa, hay tanto que recordar.
-Yo lo único que recuerdo es cuando me llevaba al zoológico, ¡y la jirafa! ¡Qué asco me daba cuando sacaba la lengua para comer una galletita!, ¡y encima me baboseaba toda la mano! Porque la jirafa, no sé mamá, pero es hermosa, tiene el cuello tan grande que tenés que inclinar toda la cabeza para poder verla. Y a pesar de la lengua, es super linda.
-Sí, es verdad, pero el abuelo también te enseñó a pintar. Te sentaba sobre sus rodillas y te movía la mano, y vos eras tan inocente que creías que el dibujo realmente era tuyo.
-Y era mío, ¿o te pensás que el abuelo movía siempre mi mano? ¿Sabés que dibujé primero?
-¿Qué?
-Una jirafa. Una jirafa con el cuello enorme, repleto de manchitas y con tres patas, porque como miraba siempre su cabeza nunca supe cuántas patas tenía.
-¿Y qué más recordás?
-¿De la jirafa?
-¡No!... Del abuelo.
-¡Ahh!, no mucho... También me leía cuentos.
-Sí, sí, te acordás. ¡Qué emoción! Contá, contá, ¿qué te leía? ¿Te acordás de la fábula del lobo y las ovejas? ¿O de Pinocho? ¿O de...?
-Me acuerdo de la jirafa.
-¿De qué?
-De la jirafa. Como la dibujé con tres patas, me leyó sobre la jirafa, de un diccionario, de ese grandote que está en el dormitorio de papá. Me dijo que...
-No me importa, la jirafa no tiene importancia.
-Sí que tiene, el diccionario hablaba de "la dimensión del cuello", lo que no puedo olvidar era la comparación que hacía con una escalera, ¡una gran escalera!, y por eso siempre pensé, pienso que...
-No tenés que explicar nada.
-Ya sé. Te quiero mostrar algo. Tomá.
-¿Qué es todo esto? ¿Para qué tantos papeles?
-Desplegalos.
-¿Están pegados?... ¿Y qué es esto? ¿Un dibujo?
-No. Es una jirafa.
-¿Y? ¿Qué tiene que ver esto con el abuelo?
-Mirá el cuello.
-¿Qué pasa con el cuello? No te entiendo, Claudio, ¿qué querés decirme?
-Que la jirafa y el cuello tienen una explicación, que el cuello, la escalera, es enorme, hasta el cielo, una escalera de manchitas... y el abuelo, ahí arriba, ¿no entendés, má?, ¿no entendés?
-Sí..., creo que ahora entiendo.
-Bueno, pero no llorés, lo que ahora necesito es más papel.

domingo, 24 de abril de 2011

A 130

(Música para escuchar de fondo: Yo vivo en una ciudad. Pedro y Pablo).


En la ruta se veía su cuerpo destrozado, partido a la mitad. Sus patas fracturadas, los ojos salidos, la sangre nauseabunda. La imaginación viaja y juega con la idea morbosa de pensar si habrá sido sólo un golpe mortal que acabó con su vida, o varios que profanaban su sobrevivir mientras se iba arrastrando despacio hacia un costado de la carretera, para finalmente dejar de respirar.
El velocímetro a 130 apenas deja una mancha roja en el espejo retrovisor. Nadie se detiene en la carrera loca por llegar... ¿Llegar a dónde? Sólo un perro tirado, muerto, destrozado. Sólo un animal.
Horas después, en pleno microcentro, sobre al asfalto caliente, una mujer sostiene a un bebé mugriento en sus brazos, también sucios. Una taza invita a depositar algunas monedas mientras la madre clama por ayuda y comida. Los transeúntes pisan el acelerador también a 130 y ensayan sus mejores miradas esquivas. Imposible enfocar los ojos ajenos. Sería como permitirse entender que aquello es real y que incluso se podría hacer algo para evitarlo. Nada más lejos de la realidad. Culpa del gobierno, del rico, de la policía que los deja a la vista en vez de esconderlos bajo la alfombra. Culpa del otro. Si sólo pudiera arrastrarse a un costado del camino... Acelerar rápido y que se transforme también en un manchón lejano. Olvido rápido y continuar en la carrera loca. Es la meta.
Se escuchan disparos, minutos después, días u horas, no importa. El disparo impacta en pleno pecho del hombre que cae fulminado al piso. La sangre. Acero carmesí en plena avenida. Los policías detienen el tráfico. Los curiosos se amontonan. Hay miedo, hay morbo, hay reacción. No pasa desapercibido el cadáver humano. A pocos les importa si ese tipo era un buen ser humano, o la peor escoria. ¿Qué importa si podía ser yo? Así la muerte levanta la mano y se hace presente sin aviso, casi risueña se muestra dichosa e intimidante. Feroz.  Se reclama justicia, ojo por ojo. Gritan violencia. El cuerpo yerto es retirado y los curiosos prosiguen su carrera sin final.
En la esquina, ajeno a tanto drama, un perro callejero espía la escena. Su carita arrugada y su caída de ojos desprende lástima. Los manifestantes de justicia se detienen para acariciarlo, algunos incluso le dan algo de comer. Una nenita le sonríe y le dice “qué lindo que es, pobrecito”. La mamá asiente. Pobrecito. Pobrecito.
Así las cosas. Un perro muerto es ignorado. Un baleado genera conmoción y placas en televisión. Un animal abandonado, misericordia. Y un necesitado, un ser humando, desdén, repulsa.
Así las cosas. Seguimos a 130. Dejamos manchas en el espejo retrovisor. Manos que claman asistencia. Seguimos pendientes de nuestras propias miserias, del reality en televisión, del partido impostergable, del amor que espera o del sexo aliviador. Los mismos ojos que esquivan a una madre necesitada, o a un lisiado vago, atorrante, que no quiere trabajar y se hace el vivo, un flor de pelotudo que se hace el piola viajando vagón tras vagón para afanarnos nuestro tiempo y nuestras monedas, que labure, vago de mierda... los mismos ojos que esquivan o la misma boca o mente que insulta, mirará a los ojos de los hijos para dar consejos de humanidad, o abrazará a una novia, un esposo, una amiga para dar consuelo. Los mismos ojos, el mismo espejo, la misma velocidad, la misma carrera.
Pobrecitos... Nosotros pobrecitos.

miércoles, 20 de abril de 2011

El chiste final



(Música para escuchar de fondo: Cuando ya me empiece a quedar sólo. Sui Generis.)

-Quiero llorar - le dije con una sonrisa falsa. Me miró extrañada del comentario, como se mira a un bicho raro antes de pisarlo con el pie o aplastarlo con un papel de diario. – Me siento ahogado, sin sentido –agregué.
-¿No tendrás ataques de pánico, vos?
-¿Y yo qué sé? No soy médico, boluda. Me siento mal, es lo único que sé.
-Siempre dando lástima, así con esa actitud no vas a ganar nada.
-Callate y abrazame.
-¿Por qué?
-¿Necesitás un motivo para abrazarme?
-Sí.
-¿Para hacer el amor necesitabas alguno?
-¿Y quién te hizo el amor a vos? –preguntó la turra muy segura de sí misma.
-¿Qué hicimos hace un rato? –hice un último intento.
-Cogimos, bebé. Madurá. –Y cambiando bruscamente de tema pidió: - Ayudame a buscar el corpiño que no lo encuentro.

Se vistió lentamente. La luz del velador hizo su silueta aún más sensual de lo que era, pero a la vez espectral, fantasmal. Como un ente que estaba, pero no estaba. “Me voy” me susurró y le contesté que saliera de casa solita, “la puerta está abierta” en realidad contesté. “¿Alguna vez estuviste?” pensé.

-Chau –me dio un beso en el cachete y me dejó acurrucado en la cama.

Me tapé la cara con la almohada y respiré lentamente. Sofocado abrí una de las ventanas del cuarto. La luz de la luna se coló y me pegó en el ojo izquierdo. El ojo derecho se encondió en la oscuridad. El aire seguía ausente a pesar de que una brisa corría por la noche. Empecé a pensar en su cuerpo, antes bajo mis manos. En sus caricias ausentes y sus besos vacíos. En su mirar sin mirarme y descubrirme. Y en mi corazón que intentaba galopar nuevamente después de tanto tiempo. Mi barba rozando contra su delicada piel. Las arrugas como ríos de sudor, frío por su lado, calor por el mío.

-Es mi cumpleaños –le había dicho.
-¿Cuántos cumplís?
-50 –dije orgulloso.
-¿Y los festejás solo?
-Sólo no. Estoy con vos.
-¿Y los festejás solo? –repitió aunque había escuchado mi respuesta.
-Callate y abrazame –le había dicho. No. Eso fue después. O antes. No recuerdo ya.

Puse la radio. AM. El locutor contó un buen chiste: Resulta que terminan de dar una comedia en el cine. Se van todos los espectadores menos uno que se queda todo estirado ocupando cuatro asientos, dos adelante y dos atrás. El acomodador se aproxima y le pregunta: “¿Estás cómodo? ¿Querés un cafecito o preferís pochoclos?”. Y el tipo con la lengua afuera le dice: “Callate tarado y llamá a una ambulancia que caí de la platea del segundo piso”.
El teléfono sonando tapó las risas de la radio y me permitió ignorar que seguía sin respirar. Mi primo del otro lado de la línea me saludó por el cumple, y aprovechó para pedirme unos cuantos pesos que necesitaba. “Te lo devuelvo, despreocupate” me dijo como si fuera un discurso distinto a los meses anteriores. “Pasá mañana” le escupí y corté.
El cuarto se oscureció cuando una nube gigante tapó la luna. Bajé el volumen de la radio y aproveché las sombras para esconderme del ruido ausente, ese teléfono que negaba los saludos de mis padres fallecidos el año pasado, y con ellos las últimas miradas sinceras de amor y ternura.

-¿No tenés chicos, Horacio? –me había dicho Ana Laura.
-Nunca. Siempre quise. En realidad les digo a todos que fue una decisión mía. Pero en realidad fue una jugarreta del destino, otra más. ¿Y vos tenés?
-Sí, yo tengo 3. Menos mal que no tuviste, estás más tranquilo. Te cagan la vida.
-Me hubiera gustado. Te juro. Pero no se lo digas a nadie.
-¿Y a quién le puede interesar?
-Callate y abrazame –le había dicho. No. Eso fue después. O antes. No recuerdo ya.

Shh. La música de la radio. Subí el volumen y el viejo tema de Sui Generis me derrumbó. “Un escenario vacío, un libro muerto de pena, un dibujo destruido y la caridad ajena”, poesía de la canción “Cuando ya me empiece a quedar solo” que Charly y Nito sellaban a fuego en la piel.

La luna volvió a descubrir el ojo izquierdo que atónito se quedó fijo en el techo. El calor. Las sábanas pegadas. La oscuridad. No. Falta de luz en realidad. A lo lejos escuché irónicamente los gritos, los aplausos y la canción de un feliz cumpleaños. Un soplo y las velitas que se apagan.

Abrazame. Tengo frío.
Pero hace calor.
Tengo miedo.
Aquí siempre estarás seguro.
Las sábanas me envuelven. Me esconden de las miradas. Me abrazan.

-Callate y abrazame –le había dicho. No. Eso fue después. O antes. No recuerdo ya.

Ahora miro la luna desde la ventana. De pie, en la ventana. Miro hacia el piso. Hacia tan abajo. Más de 20 metros. Callate y abrazame –le digo a la noche. Y también le pido: quiero llorar. Y salto. Hacia la libertad de la mente, hacia el no pensar ni recordar, hacia la caricia de la brisa que me la brinda sin que se la pida, sin que se la ruegue, sin condición de propina.
El árbol amortigua un poco la caída, pero el golpe sé que es mortal. No siento la piernas, ni los brazos, la sangre transforma la luna en carmesí. Se acerca un viejo con un bastón, no entiendo lo que me dice, pero creo que es algo así: “¿Estás cómodo? ¿Querés un cafecito o preferís pochoclos?”. Y le digo mientras escupo sangre “Callate tarado, y llamá a una ambulancia. ¿ No ves que acabo de saltar del séptimo piso?”. Y cuando quería llorar. Me río.
Qué tonto soy.
Me río.
Vaya momento estúpido para entender el chiste.